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Actualizado: 29 de mayo de 2025
19 Y el sonido de la trompeta iba esforzándose en extremo: Moisés hablaba, y Dios le respondía en voz. 20 Y descendió el SE
La monomanía religiosa de su mujer llegaba ya a tan enfadoso extremo que no era posible soportarla... «¿Qué cree usted?, me incocoraba tanto oír a Serafinita el cuento, ya tan viejo y resobado de sus penalidades, que estaba deseando echar a correr... Aquella voz de canturria de coro y aquellos suspiros de funeral me atacan los nervios... Yo soy religioso y creo cuanto la Iglesia manda creer; pero esta gente que se acuesta con Dios y con Dios se levanta se me sienta en la boca del estómago.
De los arsienidos encontramos en Filipinas gran variedad de escorpiones ó alacranes venenosos y de arañas tejedoras. Los crustáceos cuentan en las islas infinitas especies, que como los cangrejos, las langostas, los langostinos y otras, viven en el mar, en los ríos y en las lagunas, y constituyen un riquísimo y abundante alimento para los indios, aficionados en extremo á todo género de mariscos.
Y por si esto era poco, mientras Catana iba con el recado, él la siguió de lejos, como si tratara de ponerse en el rastro de su presa para que no se le escapara por ninguna parte. Así llegó al extremo del pasadizo que conducía al estrado.
Esa monomanía por las estatuas, las apoteosis y los monumentos conmemorativos, hasta tal extremo llega entre estas buenas gentes, que en las esquinas de las calles tienen puestos pedestales vacíos, dispuestos para los desconocidos grandes hombres que surjan en el porvenir.
Pero hoy que la moral evangélica ha penetrado más profundamente en el seno de la sociedad cristiana, me parece exagerado creer más milagroso el casto desdén del hijo de Jacob que la incombustibilidad material de los tres mancebos de Babilonia. Otro punto toca Vd. en su carta que me anima y lisonjea en extremo.
Como quien hace lo más, hace lo menos, ya el viajar por el interior es una bagatela, y hemos dado en el extremo opuesto: en el día se mira con asombro al que no ha estado en París; es un punto menos que ridículo. ¿Quién será él, se dice, cuando no ha estado en ninguna parte?
El carruaje pasó entre dos torrecillas con montera de tejas que marcan la entrada al recinto de Mónaco. El puerto quedaba muy abajo, con sus buques empequeñecidos. Al otro extremo de la plaza de agua brillaban las cúpulas de los numerosos hoteles de Monte-Carlo, sus fachadas policromas, los vidrios de balcones y miradores. No se llegaba á distinguir la gente.
Allá, en la orilla de aquel precioso río artificial rodeado de verde musgo y sobre el cual inclinaban los árboles sus hojas nacientes, Sorege tuvo conciencia de su pérdida inevitable y tembló de miedo y de cólera. Pero no pensó en capitular; antes al contrario, se afirmó en el propósito de luchar hasta el último extremo, aunque hubiera de perecer.
Y al extremo del pasillo, entraron en la única habitación vividera de la casa: una alcoba con cama camera de hierro, colcha de punto de gancho, espejos torcidos, láminas de odaliscas, cómoda derrengada, y un San Antonio en su peana, con flores de trapo y lamparilla de aceite. El diálogo fue rápido y nervioso: «¿Qué se le ofrece? Pues poca cosa. Que me prestes diez duros.
Palabra del Dia
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