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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Bueno; iré á visitarle mañana, pues vendré á ver también al médico y al notario... ¡Ah! ¿Los Monthyons? dijo riendo el vigilante. Y al ver la mirada de extrañeza de su interlocutor, continuó: Los llamamos así porque podrían concurrir al premio de virtud si se diera aquí como en París... ¡Una broma, milord! Sí, son las personas honradas del presidio... Volvamos á Numea, dijo Tragomer.
Pero ¿qué hacen esas feas alimañas de mi consejo y diván que no se han apresurado ya, que no han corrido para portear sobre sus lomos a mi buen Ben-Farding, al libertador de mi esposa, al que ha de ser mi primer amigo si sus obras corresponden a la graciosa extrañeza de sus fantasías?
Su rostro tenía una expresión de extrañeza, como si contemplase en pleno trastorno las leyes físicas más elementales. Le era imposible comprender en sus reflexivos silencios cómo los alemanes no habían conquistado aquel suelo que ella pisaba; y para explicarse este fracaso, admitía las más absurdas suposiciones. Una preocupación particular aumentaba su tristeza.
Permanecimos un momento inmóviles, contemplándonos. Después me descubrí y saludé respetuosamente. El Rey recobró entonces el uso de la palabra y preguntó con extrañeza: Coronel, Federico ¿quién es este caballero? Iba yo a contestar, cuando el coronel Sarto se interpuso y empezó a hablar al rey en voz baja, con su tono gruñón.
Me he alegrado mucho de verlo, porque tenía de ello una idea bastante exagerada; no me ha producido la extrañeza que yo me figuraba, según lo que había oído decir; antes al contrario, he sentido una impresión de compasión por aquellas gentes y, a la vez, de cuando en cuando, decíame a mí misma: He aquí la reunión de todas las artes, de todas las reputaciones y talentos, ¿y esto es lo que ha concedido la celebridad en todo el mundo? ¿nada más que esto?
Luego abrió la portezuela y subió riendo, para sentarse al lado de Febrer. ¡Hola, capitán! dijo éste con extrañeza. No me esperabas, ¿eh?... También soy del almuerzo; me convido yo mismo. ¡Qué sorpresa va a tener mi hermano!... Jaime estrechó su diestra. Era uno de sus más leales amigos: el capitán Pablo Valls. Pablo Valls era conocido en toda Palma.
¿Pero ella es...? preguntó con extrañeza Gabriel. ¡Claro que es lo que usted piensa! ¿Qué otra cosa puede ser? Estaba en el Colegio de Doncellas Nobles desde niña, y apenas vino a Toledo el cardenal, la sacó, llevándosela a palacio. ¡Qué enamoramiento tan ciego el de don Sebastián! Y el caso es que la cosa no lo vale: una señoritinga delgaducha y pálida; ojos grandes y buen pelo: eso es todo.
Sal, muchacha; pide perdón a tu padre. El Vara de palo vio arrodillada a una mujer en el centro de aquel cuarto en el que nunca entraba, por miedo a recordar lo pasado. Su mirada fue de extrañeza. Después fijó sus ojos en Gabriel, como si no adivinase quién era aquella mujer. ¿Qué farsa había preparado su hermano?
Con gran extrañeza, la vio oscura y vacía. Pero en aquel instante un leño que humeaba en el hogar se rompió, y a la luz de su llamarada vio a Federico Bullen sentado junto a los amortiguados tizones. ¡Hola! Federico se sobresaltó, púsose de pie y fue hacia él, medio tambaleándose. ¿Los compañeros dónde han ido? dijo el viejo. Al momento vuelven por aquí. Han salido a fuera a dar un pequeño paseo.
Mucha, mucha alegría. Lucía misma, que en los dos días que estuvo allí Juan le dio ocasión de extrañeza con unos cambios bruscos de disposición que él no podía explicarse, por ser mayores y menos racionales que los que ya él le conocía, estaba ahora como quien vuelve de una enfermedad.
Palabra del Dia
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