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Actualizado: 13 de junio de 2025


Un año, Urquiola, siendo estudiante del último curso, se había cubierto de gloria sustentando un tema propuesto por los maestros tras larga deliberación. «¿Los Borbones, subiendo al cadalso en Francia, expiaron los atentados de su familia contra la Compañía de Jesús?»... Urquiola sostuvo la afirmación, demostrando que la guillotina había sido un medio indirecto de Dios para castigar á los reyes que osaron expulsar de sus dominios á los jesuítas. ¡Muerte é infierno para los que se atrevían á perseguir á los verdaderos representantes de Jesús!... Su contradictor mantuvo opiniones de dulzura y olvido, objeciones humildes y tímidas, preparadas por los maestros.

Había sufrido recientemente la pérdida de algunos miles de pesos, de dos caballos de valor y de un ciudadano preeminente, y en la actualidad pasaba por una crisis de virtuosa reacción, tan ilegal y violenta como cualquiera de los actos que la originaron. El comité secreto había resuelto expulsar de su seno todo miembro podrido.

Mantoux sirvió a la mesa y aun cuando se esforzó en oír la conversación, el nombre de la señora Chermidy no fue pronunciado. Se comió en familia, con un solo invitado, el señor Stevens. La señora de Villanera le preguntó si la ley inglesa permitía a los magistrados expulsar a los vagabundos sin otra forma de proceso.

En el Oriente quedaron los astrólogos para investigar el porvenir interrogando a los astros, y los nigromantes para conocer las cosas ocultas por las ciencias ocultas; en el Occidente, los exorcistas para expulsar los demonios del cuerpo de los poseídos, y los beatos para inducir a los muertos a producir bienes y evitar males para los vivos.

Una vez, con unos cuantos compañeros suyos, publicó en el colegio un periodiquín manuscrito, y por supuesto revolucionario, contra cierto pedante profesor que prohibía a sus alumnos argumentarles sobre los puntos que les enseñaba; y como un colegial aficionado al lápiz pintase de pavo real a este maestrazo, en una lámina repartida con el periodiquín, y don Manuel, en vista de la queja del pavo real, amenazara en sala plena con expulsar del colegio en consejo de disciplina al autor de la descortesía, aunque fuese su propio hijo, el gentil Manuelillo, digno primogénito del egregio varón, quiso quitar de sus compañeros toda culpa, y echarla entera sobre ; y levantándose de su asiento, dijo, con gran perplejidad del pobre don Manuel, y murmullos de admiración de la asamblea: Pues, señor Director: yo solo he sido.

Zakunine se hizo expulsar de Italia y la aventura produjo mucho ruido en la península: por más que el solo nombre de un revolucionario como aquel pudiese justificar la medida adoptada por la policía italiana, el ministro Francalanza fue acusado de haberla dictado por razones íntimas, porque había de por medio una gran dama: vivas interpelaciones hubo con ese motivo en el Parlamento.

Se agitaba trémula y sofocada en los brazos ardientes de la enfermedad, que la constreñía sacudiéndola para expulsar la vida.

Pero nunca con el fin de que saque de ello provecho ni mi dignidad de hombre, ni mi gusto, ni mi vanidad, ni los otros ni yo mismo. Será sin más propósito que el de expulsar de mi cerebro algo que me molesta. Sonrió al oír la curiosa y vulgar explicación que daba yo a un fenómeno bastante noble. ¡Qué hombre tan singular resulta usted con sus paradojas!

El odio al guiri, al español de pantalones rojos llegado de las más lejanas provincias para expulsar al rey legítimo, pasaba como una herencia de generación en generación. Todos los hombres de edad madura que ocupaban la plaza habían vestido, seguramente, el capote de los tercios guipuzcoanos y se acordaban del monarca de las montañas, con su gran barba negra y la boina blanca sobre los ojos.

Habiendo mostrado éste una muy natural reserva en renovar sus visitas a la joven pareja, el pintor le dirigió reproches y lo mortificó a este respecto de una manera hasta enojosa; de todas las involuntarias torpezas en que incurrir pudo ante los ojos de su mujer nuestro pintor, no fue ésta la que menos dejó de chocarle, porque olvidando que Jacques ignoraba en absoluto el recíproco secreto de ella con Pierrepont, vio en la insistencia de su marido para atraer al marqués al domicilio conyugal una falta de tacto, una inhabilidad peligrosa, y lo que es más, un rasgo de maldad con respecto a ella. ¡Cómo! ¡cuando ella misma agotaba voluntad y valor por expulsar para siempre de su alma el pensamiento de ese hombre, que tanto había amado, era su propio marido quien se lo traía de la mano imponiéndole su presencia turbadora!

Palabra del Dia

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