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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Gillespie también excusó tal egoísmo; lo mismo le ocurría á él cuando hablaba con miss Margaret. Pero aquella mañana sentía un vivo deseo de ponerse en comunicación con estos dos seres que reproducían su propia existencia como una miniatura reproduce un rostro humano.

Y al decir esto avanzaba hacia el inspector general y le tendía gentilmente la mano la propia señora Liénard, que vestía una vaporosa falda de muselina y un cuerpo de lo mismo en forma de blusa que le daban una suprema elegancia. Inclinándose Delaberge contestó lo mejor que supo al apretón de aquella pequeña mano un poco tostada por el sol y después se excusó de lo descuidado de su traje.

Después de las protestas de absoluta confianza, que me apresuré á dirigirle, la señorita de Porhoet continuó en su lenguaje dulce y firme: La señora de Aubry fué á verme esta noche á hurtadillas; comenzó por arrojarme sus horribles brazos al cuello, lo que no me gustó nada, y luego, á través de mil jeremiadas personales, que excuso repetir, me ha suplicado que detenga á sus parientes sobre el borde de su ruina.

Bajo su frente calva, adornada con las dos puntitas lustrosas del peinado, había algo, así como bajo los hombros de su americana había algo también: mucho pelote para suavizar lo puntiagudo de sus clavículas, que agujereaban la pobre piel. Al entrar saludó al tío con cierto desparpajo, sin querer fijarse en la sonrisita del viejo, y después se excusó con la mamá.

Ahora estoy en uno de los rincones más olvidados de la tierra, llevando una existencia casi igual á la de las gentes que vivieron en los primeros tiempos de la Historia. ¡Y todavía me censura usted!... Robledo se excusó. Yo soy su amigo, el amigo de su marido, y lo único que hago es avisarla al verla marchar en mala dirección. Considero peligroso el juego que se permite usted con esos hombres.

D. Francisco se excusó con galantería, aprestándose a poner las manos en su magna obra. Empezaba a notar que le eran perjudiciales las salidas de noche... Su cabeza no estaba buena.

Pero excuso decir que nunca faltaban á mi lado un par de centinelas. Una tarde, á eso de las seis, los ladrones que habían salido de servicio aquel día á las órdenes del segundo de Parrón, regresaron al campamento, llevando consigo, maniatado como pintan á nuestro Padre Jesús Nazareno, á un pobre segador de cuarenta á cincuenta años, cuyas lamentaciones partían el alma. ¡Dadme mis veinte duros!

Ojeda se excusó.

La que escogí para ser mi compañera es de tal condición... en fin, excuso de hacer su elogio, porque usted la conoce... a eso voy, Sr. D. Salvador. Ella estuvo en un tiempo bajo el amparo y protección de usted; usted le escribía desde Francia. ¡Ay! Cuando estuvo mala, le nombró a usted en sus delirios.

Arriba encontró su habitación llena de amigos, señores que le tuteaban, e imitando el habla rústica de la gente del campo, pastores y ganaderos, le decían golpeándole los hombros: Has estao mu güeno... ¡Pero mu güeno! Gallardo se libró de esta acogida entusiasta saliéndose al corredor con Garabato. Ve a poner el telegrama a casa. Ya lo sabes: «Sin noveáGarabato se excusó.

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