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Actualizado: 11 de junio de 2025


Como tenía el sombrero en la mano, dejaba al descubierto una cabeza que aún estaba regularmente provista de cabellos blancos y rizos sin aliño ni compostura alguna. La tez excesivamente morena y los ojos negros y un poco hundidos ofrecían tal fuego y viveza, que contrastaban notablemente con las arrugas del rostro y la blanca color de los cabellos.

En efecto, podrá suceder muy bien que haya mediado la infidelidad de un amigo, que haya ocurrido la desgracia imprevista; podrá ser mucha verdad que su corazon sea excesivamente bueno, es decir que será muy posible que en su relacion no haya mentido; pero no será extraño que en esa misma relacion se os presenten de bulto las causas de su desgracia; que en su concepcion tan superficial como rápida, en su juicio extremadamente lijero, en su discurrir especioso y sofístico, en su prurito de proyectar á la aventura, en la excesiva confianza de mismo, en el menosprecio de las observaciones ajenas, en la precipitacion y osadía de su proceder, halleis mas que suficiente causa para haberse arruinado, sin la bondad de su corazon, sin la infidelidad del amigo, sin la desgracia imprevista.

Otra era, á juicio nuestro, la finalidad que perseguía Estenoz; y aún á trueque de que se nos tache de excesivamente crédulos de cándidos, si se quiere afirmamos sin vacilar que su sueño dorado consistía en obtener la derogación de la llamada "Ley Morúa".

¡Amaury! respondió el doctor. ¡Amaury! repitió Antoñita, apoyándose en el muro, porque se sintió desvanecer. . A su vuelta, ha querido hacer a esa tumba su primera visita. Y dicho esto volvió a quedar el doctor en su inamovilidad y silencio de costumbre. Antoñita quedó asimismo muda e inmóvil, mas por una causa totalmente diversa. El doctor no sentía nada; ella, en cambio, sentía excesivamente.

No quería confiarlo a D. José, por ser demasiado sencillo, ni a Miquis, por excesivamente malicioso. En la semana anterior fue grande su disgusto al saber, por Saldeoro, que la marquesa de Aransis había estado en Madrid tres días y que ella, por ignorarlo, no se había presentado a la noble señora. ¡Qué contrariedad tan penosa!

Una tarde vio Pepe entrar en la biblioteca del Senado un caballero como de cincuenta años, alto, canoso, con el rostro enteramente afeitado y de aspecto excesivamente limpio, que dirigiéndose al principal encargado, le dijo: Vengo a pedir a Vd. un favor. ¿Podrá Vd. recomendarme uno de estos muchachos que tiene Vd. aquí, a sus órdenes, para que venga unas cuantas mañanas a mi casa y me ayude a poner en orden mi librería?

Pero tengo muy presente que desde el primer momento que la , comprendí que era la mujer más hermosa que ha habido en el mundo, y por lo tanto, que tenía que ser mi esposa. Yo era entonces excesivamente romántico; no le llamará la atención saber que toda mi corte fué hecha a la luz de la luna.

Yo le explico a duras penas que no se trata de un enfado momentáneo, sino de una actitud general ante la vida. Mi compañero se esfuerza en comprender. ¡Ah, vamos! exclama, por último . Es que los españoles no tienen dinero... Y, aunque esta explicación de la psicología nacional me resulta excesivamente americana, yo, obligado a hacer una síntesis, la acepto sin grandes escrúpulos. .

Gabino Maza era hombre de unos cuarenta y cinco años de edad, oficial de la Armada, retirado antes de tiempo porque su carácter díscolo no podía sufrir la disciplina militar. De rostro moreno aceitunado, ojos pequeños y vivos con ojeras constantes que pregonaban su temperamento excesivamente bilioso.

En él había un pequeño lecho blanco que respiraba pureza, algunos ricos muebles, y en una de las paredes, un cuadro cubierto con un velo negro. Doña Clara corrió aquel velo, y quedó á la vista de don Juan una dama de cuarenta años, pálida, excesivamente hermosa, y á juzgar por su traje y por su expresión, muy principal dama. Esa era mi madre dijo doña Clara con acento vivamente conmovido.

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