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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Pero nada más. Sin embargo, el Rector del Seminario, hombre excesivamente timorato, según frase de la marquesa de Vegallana, no pasaba por aquellas mescolanzas de curas y mujeres paseando todos revueltos, en un recinto que no tenía un tiro de piedra de largo, y que tendría cinco varas escasas de ancho.

Mariana le suplicaba que no fuese excesivamente severo con ellos; serían tal vez padres de familia. Mas no lograba ablandarle. Indudablemente, sus principios de justicia municipal eran más inflexibles que sus músculos cervicales, a juzgar por el número incalculable de veces que volvía la cabeza hacia el sitio en que Esperancita y Pepe departían. No estaba celoso.

Se volvió cerca de la verja para contemplar su hermoso dominio, como si le pidiese perdón. Un silencio de palacio encantado: los jardines dormitaban como bosques de ensueño. Creyó ver al final de una larga avenida el revoloteo de dos grandes pájaros. Eran Estola y Pistola, con sus fracs de faldones excesivamente largos, corriendo hacia el final del promontorio.

Todo dependía de su temperamento excesivamente nervioso y de la edad, que le obligaba a chochear. Bien eso, señor, y voy al caso. Llegaríamos a casa de Marica a eso de las seis. Allí nos dejó el señor y nos dijo que volvería al día siguiente con otra presona pa volvernos a Lancia.

Yo le digo a usted, caballero contestó mi patrón con sonrisa más acentuada, en tono excesivamente protector, que todo eso está muy bien, pero que vencerá Francia. Mientras no me diga usted más que eso, como si no me dijera nada... Lo que yo quiero son razones respondió el hombre gordo, un poquillo irritado ya. No es posible dar razones.

A la poca luz que allí consigue penetrar puede verse la faz de ambos excesivamente roja, tan roja que parece imposible no brote la sangre de sus ojos encarnizados. La del barón ha llegado al límite de su fiera y espantable fealdad. Aquella cicatriz sangrienta que le surca el rostro se destaca ahora con todas sus rugosidades, tan áspera y negra que da grima verla.

Todo esto era histórico; ya sabía Bonis que si algún día se le ocurría escribir sus Memorias, que no las escribiría, ¿para qué?, habría que omitir lo de las bofetadas, porque en el arte no podían entrar ciertas tristezas de la realidad excesivamente miserables, y lo que es sus Memorias, o no serían, o serían artísticas; pero omitiéralas o no, las bofetadas eran históricas.

No los necesitaba, sin duda, porque la cosa era tan clara...; pero quiso llevarlos por previsión o delicadeza. Al salir echó sobre su pobre aposento una mirada de lástima en que también había algo de gratitud. Le parecía tan excesivamente humilde, que se admiraba de que ella se hubiera dignado por tanto tiempo honrarlo con su presencia.

Porque entre nosotros, cuando el pueblo está contento, necesita estar siempre bailando, y como por aquellos tiempos las calles de la ciudad eran excesivamente estrechas para la farándula, pífanos y tamboriles situábanse en el puente de Aviñón, al viento fresco del Ródano, y día y noche se estaba allí baila que bailarás. ¡Ah, qué dichosos tiempos, qué ciudad tan feliz!

Debéis, pues, perdonarle; señora, perdón merece quien confiesa su error, y perdonar también á la buena duquesa de Gandía, que es una pobre mujer, cuyo único delito es ser excesivamente afecta al duque... me lisonjeo en creer que empezamos una nueva era... enviaremos un respetable ejército á Flandes contra la Liga, arreglaremos nuestros negocios con Inglaterra, y nos haremos respetar.

Palabra del Dia

hociquea

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