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Actualizado: 11 de junio de 2025
Y en tanto, excesivamente distraída de sus trabajos, Isidora visitaba con frecuencia el taller de Eponina, y allí se encantaba contemplando los magníficos vestidos, entre los cuales a la sazón había tres de baile. Eran para una joven condesa que tenía la misma estatura y talle de nuestra enferma.
Sin embargo, en este sosiego físico y espiritual que disfrutaba todavía su temperamento, excesivamente impresionable, se alarmaba alguna vez. Eran leves y periódicas sacudidas que, por fortuna, duraban poco.
Era una joven de veintidós años, no agraciada de rostro ni gallarda de figura. Lo que más desconcertaba la armonía de aquél, era la nariz excesivamente aguileña. Sin esta tacha quizá no habría sido fea, porque los ojos eran extremadamente lindos, tan suaves y expresivos, que pocas bellezas podían gloriarse de poseerlos tales.
En efecto, la generala exploraba a todas horas el semblante de Miguel como el marino el del tiempo. Unas veces estaba pálido, otras fatigado, otras melancólico, otras excesivamente risueño; nunca dejaba de tener alguna cosa que le llamase la atención. Esta eterna y escrupulosa inspección le había halagado al principio, después le aburrió un poco, y últimamente había llegado a irritarle.
En uno de ellos traía un cristal o monocle hábilmente sujeto, que daba a su fisonomía un aspecto excesivamente impertinente y repulsivo. No gastaba barba, sino largo bigote con las puntas engomadas. Vestía con elegancia que no se ve jamás en provincia, esto es, con cierta originalidad caprichosa de los que no siguen las modas, sino que las imponen.
Al derredor de la hoguera estaban arrodilladas en confusión como cincuenta personas, hombres y mujeres, viejos y muchachos, habitantes del lugar y bogas, y todos á un tiempo con una voz ronca y acompasada, pero excesivamente expresiva por su acento, cantaban un himno mortuorio!... Era el novenario de un vecino que habia muerto tres dias antes, y cuyo cuerpo estaba sepultado á poca distancia de allí.
El conde manejaba a la débil criatura con una ternura temerosa; quizá tenía miedo de hacer pedazos a su heredero con algún movimiento de sus robustos brazos. El niño era bastante fuerte para su edad, pero feo, sin gracia y excesivamente huraño.
Alvaro Peña, algo más atrevido, en razón quizá de su carácter militar y de su instrucción antirreligiosa, avanzó hasta la cáscara del apuntador, y dando a sus palabras una entonación excesivamente familiar, sonriendo sin gana como las bailarinas, dijo: Señores, tanto mis compañeros como yo desearíamos ¿eh?, que subiesen a este sitio algunas pejsonas de jespeto ¿eh?, que habrá en el público, a fin de que nos ayuden con su autoridad ¿eh?, y con su ilustración... a fin de que nos ayuden ¿eh?
Ahora, la celebridad traía á sus brazos damas de alta posición, pero con un pasado inconfesable, ansiosas de novedades y excesivamente maduras. Esta burguesa que marchaba hacia él y en el momento del abandono retrocedía con bruscos renacimientos de pudor representaba algo extraordinario. Los salones de tango experimentaron una gran pérdida.
De él había heredado la exquisita delicadeza en el sentir, una susceptibilidad que llegaba a ser enfermiza, no la serenidad, la iniciativa, la firmeza inquebrantable que realzaban el alma del coronel Campo. El actual conde tenía un temperamento excesivamente sensible y tierno, un fondo de honradez y de vergüenza que era el patrimonio moral de los Campo.
Palabra del Dia
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