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Actualizado: 28 de julio de 2025


Salimos, pues, juntos del jardín; le tuve el estribo mientras montaba á caballo y nos pusimos en marcha hacia el castillo. Al cabo de algunos pasos: ¡Dios mío! señor me dijo, he venido á incomodarlo no muy á tiempo me parece. Estaba usted en buena compañía. Es verdad, señorita; pero como lo estaba hacía largo tiempo, le perdono, y aun le doy las gracias.

Todo esto se le pasó por las mientes al Magistral en el poco tiempo que necesitó para quitar el pie del estribo y hacer el último saludo a las señoras dando un paso atrás.

Con un pie en el estribo de la barrera, calculaba el lugar mejor para dar muerte al toro. Había que llevarlo más allá. Al torero le estorbaba el cadáver del caballo, que parecía llenar con su despanzurrada miseria todo aquel lado de la plaza.

Si un personaje ilustre pasaba por Marineda, a Amparo pertenecía durante el tiempo de su residencia: a fuerza de empellones la chiquilla se colocaba al lado del infante, del ministro, del hombre célebre; se arrimaba al estribo de su coche, respiraba su aliento, inventariaba sus dichos y hechos. ¡La calle! ¡Espectáculo siempre variado y nuevo, siempre concurrido, siempre abierto y franco!

Subía el carruaje de la princesa Flavia el pendiente camino del castillo, con el General cabalgando al estribo y rogándole todavía que volviese a Tarlein, a tiempo que Federico y el supuesto prisionero de Zenda llegaban al lindero del bosque. Al recobrar el sentido me puse en marcha, apoyado en el brazo de Federico, y próximos ya a salir del bosque vi a la Princesa.

Águeda, José, Juancito y los peones comentaban, en la cocina, lo que pasaba «adentro»; bajo el ombú grande estaba el break en cuyo estribo trasero se había sentado Lorenzo que tenía la cabeza apoyada entre las manos; en las gruesas raíces del ombú estaba sentado Hipólito y junto a él, que con un palito trazaba marcas de hacienda en el suelo, Ricardo de pie le consultaba sobre la hora de llegar al pueblo.

Al bajar al patio, María observó que estaban quitando los caballos del de la duquesa. Un lacayo bajó con aire respetuoso el estribo de un coche simón. María entró en él henchido el corazón de impotente rabia. Al día siguiente declaró resueltamente al duque que no continuaría dando lecciones a su hija.

Y, diciendo esto, fue a tener el estribo a don Quijote, el cual se apeó con mucha dificultad y trabajo, como aquel que en todo aquel día no se había desayunado. Dijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza que comía pan en el mundo.

Estribó esa fama principalmente en que dió en la manía de pronunciar sermones, los cuales eran de lo más chistoso y disparatado que pueda imaginarse; y como el tema naturalmente de la mayoría de ellos eran los asuntos religiosos, tratábalos de tal manera el loco, que no había persona que no se parase á escucharlo.

Todavía hablábamos con la familia americana, cuando, delante de nosotros, se para un coche, abre el lacayo la portezuela, y asoma una mujer de hermosa figura. Pone el pié en el estribo, se suspende el traje, habla con el lacayo, y así se estuvo un par de minutos, como para que nosotros admirásemos el bello contorno de su pierna.

Palabra del Dia

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