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Actualizado: 27 de junio de 2025
Admitirá usted fácilmente que si los motivos enumerados por la señorita Fontane impulsan al celibato, hay otros que le crean... sin impulsar a él... Ciertamente respondió la Fontane con sonrisa burlona. La insuficiencia del dote cuando se es gastadora, es una de esas causas temibles y temidas. Esto es lo que se llama recibir una estocada articuló Francisca. Mea culpa... Mea culpa...
Roger no se apartó de su señor un solo momento y aunque mucho había oído de sus proezas, nunca hasta entonces había tenido idea de su valor, de su calma en el combate y de la presteza de sus movimientos. Saltaba de uno á otro pirata, derribándolos de una estocada ó un tajo, parando los golpes que le asestaban con el escudo y la espada y llevando el terror entre sus enemigos.
Diciendo esto llegó a la orilla. Yo tenía asida la cuerda, pero me detuve. Ruperto se hallaba en terreno firme, con la espada en la mano y nada más fácil que hendirme de un tajo la cabeza o atravesarme de una estocada si me arriesgaba a subir. Solté la cuerda. No importa dije; lo esencial es que aquí estoy y aquí me quedo. Me miró sonriéndose.
Contó asimismo que, obligado por sus preguntas y argumentos, el herido acabó por confesarle que la estocada se la había dado él mismo. ¿Qué móvil dirá usted que le impulsó? continuó diciendo. Nunca adivinaría usted semejante extravagancia. Y, según veo, cumple usted su recomendación al pie de la letra exclamé sonriendo. Puedo franquearme con usted, sin peligro de que lo cuente.
Tenía fama de tan diestro, que se le creía capaz de matar de un pistoletazo un mosquito que pasase volando a cincuenta varas de distancia, y de atravesar de una estocada al propio diablo que se pusiese a reñir con él. Añádase a esto que el Conde era celoso como un turco, y no porque amase mucho a la Condesa, sino por otros motivos.
Mas en medio de la faena, el diestro sufrió una colada y perdió enteramente el aplomo; dio otros tres o cuatro pases sin confianza y descompuesto; y deprisa y corriendo, sin estar bien cuadrado el animal, lió el trapo bastante lejos y se tiró a paso de banderillas. La estocada resultó un bajonazo de lo más malo que nunca se hubiera visto.
Despertóme a mí, y no contento con esto, bajó el huésped para que le diese luz, diciendo que había hallado objeto fijo a la estocada sagital por la cuerda. El huésped se daba a los diablos de que lo despertase, y tanto le molestó que le llamó loco. Y con esto se subió y me dijo que si me quería levantar vería la treta tan famosa que había hallado contra el turco y sus alfanjes.
Y asiendo su silla, que a duras penas pudo levantar del suelo, se acercó a nosotros. Era aquel un auxilio inesperado. ¡Adelante! le grité. ¡Un golpe con la silla! Dechard me dirigió una estocada furiosa, que apenas pude parar. ¡Adelante! volví a gritar al Rey. ¡Pronto, pronto! El Rey lanzó una carcajada y se adelantó de nuevo, empujando la silla.
Al sentir esta estocada al pecho, Simón miró a Juana, Juana miró a Simón; y el señor cura, mirando al uno y a la otra, adivinó lo que, al cabo de un rato y después de sonreír y vacilar mucho, contestó Simón en estas palabras: Ya veo, don Justo, que para usted no hay secretos ni disculpas. La verdad es que tenemos una niña que no puede educarse aquí como nosotros quisiéramos.
EL GUARDA. Caballero: ¡hoy es día de aniversario...! EL GUARDA. Hoy hace seis años, justos y cabales, que el príncipe Monsousoff fué muerto en desafío en este mismo sitio. EL GUARDA. ¿Quién es capaz de saberlo...? ¡Se da tan pronto una grave estocada! ¡Pobre príncipe...! ¡Lo vuelvo a ver cayendo bañado en su sangre! ¡Mire! Fué a morir allí, en la cabina, donde usted se ha vestido...
Palabra del Dia
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