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Le deseé buena noche y me fui a recorrer el tren de un extremo a otro. Nada más cómodo que esa facilidad que permite estirar las piernas y distraerse con el cambio de aspectos. ¡Cómo volaba aquel monstruo para cuya carrera la tierra parecía ser pequeña! Vista desde el último vagón, la vía daba vértigo.

De hecho se separaba de Luquitas, señalándole una pensión para que viviera; tomarían un hotel con jardín; se abonarían a dos o tres teatros; buscarían relaciones y amistades de gente distinguida... «Hija, no te corras tanto, que aún no sabes lo que te rentará tu mitad de la Almoraima; y aunque yo, por lo que recuerdo de esa hermosa finca, calculo que no será un grano de anís, bueno es que sepas qué tamaño ha de tener la sábana antes de estirar la pierna».

Leí las novelas de Fernán Caballero, que tenían mucha fama; no me gustaron nada, pero me convencí de que me debían gustar. Las he vuelto a leer después, y me han parecido una cosa bonita, pero mezquina. Me dan la impresión de un cuarto bien adornado, pero tan estrecho, que dentro de él no se pueden estirar las piernas sin tropezar en algo.

Fortunata hacía que le ayudase a estirar la ropa o a devanar madejas, y él se prestaba a todo con sumisión; doña Lupe solía encargarle que le arreglase alguna cuenta, y con esto se entretenía, y nadie le tuviera por dañado en la parte más fina de la máquina humana.

Nadie como él sabía encontrar en excéntricos portales sastres económicos, que por poquísimo dinero volvían una pieza; nadie como él sabía tratar con mimo las prendas de uso perenne para que desafiaran los años, conservándose en los puros hilos; nadie como él sabía emplear la bencina para limpieza de mugres, planchar arrugas con la mano, estirar lo encogido y enmendar rodilleras.

El sueño y la pereza le decían que parecía más temprano que otros días, que el despertador mentía como un deslenguado, que no debía de ser ni con mucho la hora que la esfera rezaba. No hizo caso de tales sofismas el cazador, y sin dejar de abrir la boca y estirar los brazos se dirigió al lavabo y de buenas a primeras zambulló la cabeza en agua fría.

Pero allá van reyes do quieren leyes, y con este nombre me contento, sin que me le pongan un don encima, que pese tanto que no le pueda llevar, y no quiero dar que decir a los que me vieren andar vestida a lo condesil o a lo de gobernadora, que luego dirán: ¡Mirad qué entonada va la pazpuerca!; ayer no se hartaba de estirar de un copo de estopa, y iba a misa cubierta la cabeza con la falda de la saya, en lugar de manto, y ya hoy va con verdugado, con broches y con entono, como si no la conociésemos''. Si Dios me guarda mis siete, o mis cinco sentidos, o los que tengo, no pienso dar ocasión de verme en tal aprieto.

Antes de acostarme le había dicho a mi tío que si él se encontraba bien y no me necesitaba para alguna cosa, pensaba madrugar y subir a la montaña con Chisco para estirar un poco las piernas y quemar algunos cartuchos, si había ocasión de ello.

Terminado el sermón, el dominico bajó del púlpito, y se dirigió al altar... Interrumpiole el vizconde, antes de que se arrodillara: Padre, todos nos sentimos un poco fatigados de haber estado nada más que la friolera de unos doscientos o trescientos años metidos en nuestros cuadros... ¿No podríamos dejar para mañana nuestras devociones, e irnos ahora a estirar nuestros cuerpos en las frescas y finas sábanas de Holanda que nos ha de ofrecer el joven duque?

Aunque era seguro que Emma había llegado a saber que su esposo era o había sido amante de su amiga la Gorgheggi, y hacía la vista gorda, al fin no había que estirar la cuerda; tal vez si se desafiaba su dignidad de esposa burlada, pensaba y decía a su cómplice Bonifacio, tal vez estallase la cuerda y hubiese una de pópulo bárbaro.