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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Fue su quejido como un estertor de la virtud que expiraba en aquel espíritu solitario hasta entonces.... Y se alejó de Álvaro, llamó a Visita... la abrazó nerviosa y dijo, pudiendo al fin hablar: ¿A qué jugáis, locos...?

Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba. ¡Dorotea! alcanzó a lanzar en un estertor. ¡Dame caña! Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno. ¡Te pedí caña, no agua! rugió de nuevo. ¡Dame caña! ¡Pero es caña, Paulino! protestó la mujer espantada.

Sólo pudo conocer a las semi enclaustradas y hasta las de carácter más suave vivían sin transfigurarse por la piedad y sin que nunca iluminase sus caras el deseo sobrenatural. En una esquina del claustro había un Cristo crucificado, dentro de un nicho practicado en el espesor del muro. Era de tamaño pequeño; con la cabeza echada hacia atrás, abría la boca en un estertor de agonía cruel.

Por la noche, cuando don Ramón, rendido por la lucha con el insaciable demonio que le arañaba las entrañas, roncaba dolorosamente con un estertor que silbaba en sus pulmones y un reguero de baba en los tristes bigotes, doña Bernarda, incorporada en la cama, los flacos brazos sobre el pecho, le miraba ceñuda, con unos ojos que parecían apuñalarle y rogaba mentalmente: ¡Señor! ¡Dios mío! ¡Que se muera pronto este hombre! ¡Que acabe tanto asco!

Hundióse Roma; retembló su suelo; se escuchó el estertor de su agonía, y esparcieron sus restos funerales del Septentrión los recios vendavales.

Olvidando la presencia del testigo severo, abrazó á Ulises ardorosamente. Después rompió á llorar con un estertor nervioso. Le pareció á él que nunca había sido tan sincera como en este momento, y tuvo que esforzarse para salir del anillo de sus brazos. «¡Adiós!... ¡adiós!...» Luego marchó detrás del conde, sin atreverse á volver la cabeza, presintiendo que ella le seguía con los ojos.

Su cuerpo, fatigado por la mala noche y el cansancio de la espera, acabó por asimilarse el alimento, sumiéndose en una dulce languidez que no había sentido en mucho tiempo. Gabriel pudo adormecerse, y así estuvo más de una hora, inmóvil en el sofá, cortándose varias veces su desigual respiración con el estertor de la tos cavernosa, que no llegaba a desvanecer su sueño.

Las niñas se habían retirado a descansar, fatigadas por el estertor incesante y penoso que las crispaba los nervios. Doña Manuela estaba inmóvil, pensando en la sima que se abría a sus pies y en la que iba a caer irremisiblemente, encontrando al final lo que tanto la asustaba: la miseria. Bien adivinaba ella el concepto en que ahora la tenían las familias amigas.

Himno de muerte parecía el rugido de sus armas, y en su mismo estertor... ¡ay! frente a ella irguióse su conciencia: ¡cuán manchada! Entonces, al clangor estrepitoso que producían, al herir, las balas, veía al pueblo defender sin miedo la idea que tus párrafos inflama.

Ante este reproche, con ira, con desesperacion, como quien se suicida, Julî cerró los ojos para no ver el abismo en que se iba á lanzar y entró resuelta en el convento. Un suspiro que más parecía estertor se escapó de sus labios. Hermana Balî la siguió haciéndole advertencias... A la noche se comentaban en voz baja y con mucho misterio varios acontecimientos que tuvieron lugar aquella tarde.

Palabra del Dia

ciencuenta

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