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Actualizado: 2 de julio de 2025
Cerró junta la tropa de los setecientos cavallos turcos por la parte donde vieron los estandartes, y el guion del emperador Miguel, que ni estaba en parte segura, ni con la defensa que debiera.
La Alhambra fue empezada á construir en el siglo XIII, cuando acababan de humillar la frente bajo los estandartes cristianos las ciudades de Córdoba y Sevilla, cuando á no ser por la audacia y el talento de un jóven guerrero, descendiente de una de las antiguas dinastías , hubieran pasado los ejércitos de S. Fernando sobre el reino de Granada como las aguas del Mar Rojo sobre las tropas de Egipto; fue construida en una mala época, en una época en que todo estaba ya dividido, relajado, oscurecido por las tinieblas de la filosofía, medio destruido por el orgullo de las sectas y los hábitos de desorden que engendra la guerra civil y hasta las mismas luchas nacionales.
Los turcos se quedaron en las trincheas viejas donde se solía alojar nuestro campo, y pusieron en ellas muchos estandartes y banderetas. Los alemanes pelearon este día muy bien; mataron muchos turcos, favoreciendo las compañías que eran de guardia á los pozos. La compañía que estaba á la marina de levante, se retiró á su salvo sin recibir daño ninguno.
Eran aclamaciones interrumpidas por tiros. Por encima del oleaje de cabezas pasaban en un vaivén tempestuoso los estandartes de la primera procesión. El médico, sin saber cómo, en uno de los empujones de la multitud, se vió en mitad del Arenal, cerca del desfile de devotos.
Todos ellos trabajaban con verdadero afán, con ahínco que rara vez se ve en los talleres. Unos cortaban estandartes, otros moldeaban caretas de cartón; quiénes pegaban letras negras a los trasparentes de un farol; quiénes vestían primorosamente dos grandes muñecos; quiénes, en fin, se ocupaban en desatascar las boquillas de varios bombardinos y serpentones semejantes al que Moro llevaba.
Y añadió: Yo indagaré del primer ministro, su excelencia el príncipe Tong, donde pára esa familia tan interesante; después reúnalos usted, y arrójeles una o dos docenas de millones; organice para el difunto unos funerales de gran ceremonia con un séquito de una legua de largo, filas de bonzos, todo un mundo de estandartes, palanquines, lanzas, plumas, pendones encarnados y, por último, legiones de plañideras lanzando gritos lamentables.
Desde la mañana a la noche, todo eran procesiones y peregrinaciones, con las calles alfombradas de flores, empavesadas con tapices, llegadas de cardenales por el Ródano, ondeando al viento los estandartes, flameantes de gallardetes las galeras, los soldados del Papa entonando por las calles cánticos en latín, acompañados de las matracas de los frailes mendicantes; después, de arriba abajo de las casas que se apiñaban zumbando alrededor del gran palacio papal como abejas en torno de su colmena, percibíase también el tic tac de los bolillos que hacían randas, el vaivén de las lanzaderas que confeccionaban los tisúes de oro para las casullas, los martillitos de los cinceladores de vinajeras, las tablas de armonía ajustadas en los talleres de guitarrero, las canciones de las urdidoras, y sobresaliendo entre todos estos ruidos el tañido de las campanas y algunos sempiternos tamboriles que roncaban allá abajo, hacia el puente.
El barón y sus jefes se reunieron ante los cuatro estandartes de su fuerza, que eran el de las armas inglesas, el de Morel y los de Butrón y Merlín, enseña este último de unos sesenta arqueros del país de Gales. ¿Véis, barón, aquella hermosa bandera bordada de oro que ondea al frente de las otras? preguntó Fenton.
Callaban porque en aquella vía, invadida por la moderna industria, eran menos las gentes del campo. ¡Ay, si aquello hubiese sido en la línea de Durango, por donde descendían los rebaños de la fe para la fiesta de la tarde, en masas cerradas, con sus curas y estandartes á la cabeza!... Al bajar del tren el doctor Aresti, oyó que alguien le llamaba.
Los marineros, después de atravesar el caserío de Monte-Carlo entre estandartes y aclamaciones, entraban en pleno campo, perdiéndose sus gritos sin eco alguno. Por esto su atención se concentró en aquella terraza florida y en el hombre asomado á ella. Fué como una revista: los vagones, uno por uno, se animaban al pasar ante el príncipe.
Palabra del Dia
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