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Actualizado: 14 de junio de 2025


El oficinista, al que apodaba «tinterillo» el estanciero, siguió fumando con la calma de un oriental que considera conveniente excitar la curiosidad de su interlocutor antes de emprender la conversación. Usted, don Carlos dijo al fin , fué en su juventud hombre de armas. Me han contado que cuando vivía en Buenos Aires tuvo varios duelos por asuntos de hembras.

Vivos parecen, con sus trajes de cuero de flecos y galones, y sus sombreros anchos con trenzado de plata y oro, y su zarape al hombro, de seda de color, vivos como si fueran a montar a caballo, los maniquíes del estanciero rico, del joven elegante que cuida de su hacienda, y sabe «voltear» un toro.

Viéndole surgir á un lado del camino, don Carlos encabritó su caballo, sacando al mismo tiempo el revólver del cinto. Después, al reconocerlo, echó pie á tierra. No llegaba á explicarse Watson esta aparición del estanciero, pues él había dirigido su aviso á los amigos de la Presa. Además, le veía llegar solo. ¿Dónde están los otros? preguntó .¿Ha visto usted á Robledo?

Con tal motivo el estanciero, oscuro hasta entonces, se torna conocido para todo el país, justamente conocido y respetable, pues tanto su labor como sus palabras contribuyen al progreso patrio. El «tramitador» no olvida nada.

Perdió en esta vida la exacta noción del tiempo y el espacio, emprendiendo travesías que duraban meses por llanuras interminables. Tan pronto se consideraba próximo á la fortuna, como lo perdía todo de golpe por una especulación desgraciada. Y en uno de estos momentos de ruina y desaliento, teniendo ya treinta años, fué cuando se puso al servicio del rico estanciero Julio Madariaga.

Celinda entró en la habitación con falda de amazona, dió un beso á su padre y saludó á don Roque. Aprovechando éste los breves momentos en que desapareció el estanciero para volver con una caja de cigarros, dijo á la joven, mirando maliciosamente su falda: Por el campo va usted vestida de otro modo. Sonrió Celinda, amenazándole después con un ademán gracioso para que guardara silencio.

Watson había ido llevándose á Celinda más lejos, para que no presenciase esta lucha, pero al mismo tiempo procuraba no perder de vista al estanciero, por si le era necesario su auxilio. Al juntarse los dos hombres, condujeron á la joven hasta el lugar donde el ingeniero había dejado su caballo. No querían que Celinda viese al agonizante.

Desnoyers miró con inquietud el látigo que aún empuñaba su diestra. ¿Si intentaría pegarle como á los peones?... Estaba dudando entre hacer frente á un hombre que siempre le había tratado con benevolencia ó apelar á una fuga discreta, aprovechando una de sus vueltas, cuando el estanciero se plantó ante él. ¿ la quieres de veras... de veras? preguntó . ¿Estás seguro de que ella te quiere á ti?

El estanciero recibía sus consejos con gruñidos impacientes, temblando al mismo tiempo de cólera y de inquietud. Se apartó Robledo unos instantes de la puerta de su casa para ir al encuentro de algunos hombres convocados por él y explicarles lo que debían hacer.

A media tarde, cuando don Carlos hubo dormido la siesta en una mecedora de lona y leído varios periódicos de Buenos Aires, de los que traía el ferrocarril á este desierto tres veces por semana, salió de la casa. Atado á un poste del tejadillo sobre la puerta, estaba un caballo ensillado. El estanciero sonrió satisfecho al darse cuenta de que la silla era de mujer.

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