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Actualizado: 15 de junio de 2025


Soberana y majestuosa paz, unida al recogimiento de la hora vespertina, se elevaba de aquellas diáfanas lejanías al cielo puro, donde apenas de trecho en trecho leves nubecillas, semejantes a copos de algodón, se esparcían tiñéndose de oro.

El paso de cada torreón deslumbrante era acogido con un grito general: «¡Esto es carne!...» Poco después decían á coro: «¡Esto es tomate!...» Transcurridos unos minutos, afirmaban á gritos: «¡Ahora son guisantes!» y todos se asombraban de que un ser en figura de persona, aunque fuese un coloso, pudiera alimentarse con tales materias que esparcían un hedor insufrible para ellos, casi igual al que denuncia la putrefacción.

Entre tanto les enseñáron la ciudad, los edificios públicos que escalaban las nubes, las plazas de mercado ornadas de mil colunas, las fuentes de agua clara, las de agua rosada, las de licores de caña, que sin parar corrian en vastas plazas empedradas con una especie de piedras preciosas que esparcian un olor parecido al del clavo y la canela.

Algunas veces aún era mayor la dificultad que en el antiguo continente, por la gran concurrencia de profesionales llegados de todas partes... Y se esparcían hacia los sitios más apartados de la República, invadiendo los territorios todavía desiertos, donde se estaban realizando obras preparatorias para la instalación de las inmigraciones futuras.

Hablaron todavía un buen rato en la terraza, donde, en medio de un suave crepúsculo, esparcían las madreselvas su penetrante perfume; después, ya casi completamente oscurecido y cuando comenzó a mostrarse la luna por encima de los bosques, levantóse Delaberge para despedirse y Simón Princetot hizo lo mismo. ¡Buenas noches, señores! dijo la señora Liénard.

Vió también, al hacer un movimiento este animal, que tenía cabeza de gato, con bigotes hirsutos y unos ojos verdes que esparcían reflejos dorados. Rosalindo conocía á esta bestia y no le inspiraba miedo. Era un puma que parecía dudar entre la audacia y el temor, entre la acometividad y la fuga.

El respeto del viajero por las ruinas «donde ha ocurrido algo» sentíalo Ojeda al pasar por estas calles angostas, con el pavimento desigual cubierto de suciedades, grupos de chicuelos jugando «al toro» en las esquinas, comadres sentadas ante las puertas, por las que se esparcían vahos de puchero pobre, y balcones que goteaban una humedad de ropa vieja puesta a secar.

Y tuvo que permanecer al borde del camino, impotente y triste, siguiendo con ojos sombríos el convoy doloroso... Al cerrar la noche ya no fueron vehículos cargados de hombres enfermos los que desfilaban. Vió centenares de camiones, unos cerrados herméticamente, con la prudencia que imponen las materias explosivas; otros con fardos y cajas que esparcían un olor mohoso de víveres.

Venían las brisas cargadas de azahar, y esparcían por la ciudad no sólo el aroma de los naranjales, sino los mil olores de los huertos y de los bosques cercanos; los aromas embriagantes de las amapolas, de los acónitos y de los jinicuiles florecidos, como si la naturaleza despilfarrara todos sus perfumes en obsequio de los niños que volvían a sus hogares.

Los millones llegados de Rusia se esparcían y desmenuzaban sosteniendo el bienestar y la ostentación de muchas casas, fomentando la elegancia de numerosas señoras, sirviendo de alimento á las industrias del lujo.

Palabra del Dia

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