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Actualizado: 8 de octubre de 2025


Los salvajes, al notar aquellas maniobras, presumieron que los blancos se preparaban a abandonar la bahía y acudieron a la playa dando furiosos gritos y blandiendo las armas. Algunos, más audaces, se arrojaron al agua, mientras los otros saltaban hasta los extremos de la escollera; pero un disparo de la lantaca hizo caer a tres o cuatro, refrenando el ardor de los demás.

En el muelle se agolpaban los del oficio: su vista, acostumbrada a las inmensidades del mar, había reconocido lo que remolcaba la barca. Pero Antonio sólo miraba, al extremo de la escollera, a una mujer alta, escueta y negruzca, erguida sobre un peñasco, y cuyas faldas arremolinaba el viento. Llegaron al muelle. ¡Qué ovación! Todos querían ver de cerca el enorme animal.

Junto al agua brillaban los focos eléctricos del muelle y las linternas multicolores de los buques. Rompió a tocar la banda del Goethe la marcha triunfal con que saludaba el ingreso en los puertos. A un lado del buque surgió un murallón con espumas en su base. Era la escollera.

Su nuevo traductor, que estaba en la punta de la escollera para transmitirle las órdenes de los constructores, le habló con la dureza de un carcelero. Esclavo-Montaña dijo , no vuelva á repetir esos juegos de mal gusto, so pena de morir estrangulado por las máquinas aéreas ó de que la escuadra del Sol Naciente le rompa el cráneo enviándole una nube de piedras con sus catapultas.

La había visto a la luz de un relámpago; pero la obscuridad volvió a caer sobre aquel mar proceloso, ocultándola a las miradas del Capitán. ¿Estás seguro de no haberte equivocado, Cornelio? No, tío; la he visto perfectamente. ¿A proa? Hacia el Nordeste. ¿Lejana? Unas tres millas. Es la costa de la tierra de Torres. Procuremos no chocar con alguna escollera, Horn.

dijo . Estamos cerca de tierra o de un escollo. Esperemos un relámpago. No tuvo que esperar mucho. A poco un brillante relámpago rasgaba las nubes, iluminando el golfo hasta los extremos límites del horizonte. Una orden precisa y terminante salió de los labios del Capitán: ¡Escollera ante nosotros! ¡Orza la barra, Van-Horn!

Al chocar esas olas contra una costa o una escollera parece que la tierra o los escollos se incendian y de ellos se levanta una especie de niebla llameante que produce un efecto verdaderamente maravilloso. Tal era el fenómeno que tanto había sorprendido a los náufragos del junco.

Como sólo le daban á comer parcamente, con arreglo á su trabajo, se esforzaba por que cada día su labor resultase más grande. Era imposible todo intento de fuga, pues ni por un momento cesaba la vigilancia en torno de él. Al llegar á la punta de la escollera donde colocaba sus rocas podía ver todo el puerto de la capital.

El Capitán y Cornelio, asomados al mar por la banda de proa, mientras que Hans y el chino atendían a la vela, examinaban con atención las aguas para no chocar contra cualquier escollera que subiese hasta la superficie y que indudablemente habría destrozado a la débil embarcación. Tenían el atol como a un cable de distancia delante de ellos.

Al menor intento de rebeldía estos hilos amenazadores podían animarse y retorcerse, haciendo presa en el coloso. Por las inmediaciones de la escollera iban y venían en incesante navegación dos buques de la escuadra, interponiéndose entre el prisionero y el mar libre. El profesor tuvo que retirarse sin poder hablar á su antiguo protegido.

Palabra del Dia

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