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Actualizado: 20 de junio de 2025
Don Pompeyo sentía escalofríos. ¡Qué degradación! Meditaba y veía dos Orgaz hijo sobre la mesa. Me han embriagado con sus herejías... quiero decir... con sus blasfemias... dijo al Marquesito, que callaba, pensando que todo aquello era muy soso sin mujeres. Joaquín gritó: Allá va una a la salud de don Pompeyo. Y comenzó una copla impía y brutal alusiva a una sagrada imagen.
Me voy con V. contestó alzando la cabeza y sonriendo como si dijese la cosa más natural del mundo. ¿A dónde? ¡Qué sé yo! Donde V. quiera. A un mismo tiempo sentí escalofríos de placer y de miedo. ¿Ha huido V. de su casa?
El aire vivo que me hería las sienes, el aroma penetrante del azahar, los olores cordiales del campo que a él se mezclaban, la caricia ardiente de aquella naturaleza poderosa que sentía en el rostro me embriagaban, me causaban escalofríos de dicha. La torre que había visto se acercaba, elevándose cada vez más a mis ojos. El blanco grupo de casas yacente a sus pies se extendía.
Puig se había puesto de un humor excelente con aquel encuentro. Nosotros, cada vez más confusos, le mirábamos con tan extraña fijeza y ansiedad, que por milagro no se fijaba en nuestra rarísima actitud. Abrió la portezuela al fin, y se acomodó alegremente a nuestro lado, mientras a mí me corrían escalofríos por el cuerpo, y D. Nemesio sudaba de angustia.
Se apresuró a salir del Retiro y tomó un coche para dirigirse a su casa. Durante el camino fueron en aumento los escalofríos; la vista se le turbaba; creyó no poder llegar sin desmayarse. Al fin pudo subir la escalera y meterse en la cama. Poco después se le declaró una fuerte calentura. Pues yo sostengo que lo que ha hecho mi yerno esta mañana es un acto inmoral.
Ni quiero llantos que me quitan a mí el sueño. Cuando lloras sin saber por qué, hija mía, me entra una comezón, un miedo supersticioso.... Se me figura que anuncias una desgracia. Ana tembló, como sintiendo escalofríos. ¿Ves? tiemblas; a la cama, a la cama, ángel mío; todos a la cama; yo me estoy cayendo.
Y estrechaba las manos de la joven, que, aturdida por las palabras de Gabriel, no sabía qué decir y lloraba dulcemente. Arriba, en el piso alto de las Claverías, seguía sonando el armónium del maestro. Luna conocía aquella música. Era el último lamento de Beethoven, el «es preciso» que cantaba el genio ante la muerte con una melancolía que causaba escalofríos.
Ahora que el uno se ha ido a soñar despierto y el otro a velar dormido, vámonos tú y yo a cenar con la gente alegre, que aguardándonos está. No, Pepe. No me siento buena. El sofocón que he tomado, el frío que hacía al salir del teatro, me han cortado el cuerpo. Tengo escalofríos. Tus dengues de princesa dijo Pepe Vera . Vente conmigo.
El manteo apareció por escotillón; era el de don Fermín de Pas, Magistral de aquella santa iglesia catedral y provisor del Obispo. El delantero sintió escalofríos. Pensó: «¿Vendrá a pegarnos?».
Le aconsejaban, dábanle indicaciones con arreglo a lo que ellos habían dicho o pensado decir al discutirse el presupuesto en tiempos de González Bravo, y acababan por murmurar con una sonrisa que le causaba escalofríos: Allá veremos: que quede usted bien.
Palabra del Dia
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