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El tapiz tenía bajo el pie la consistencia de la tierra firme; los objetos manteníanse en grave inmovilidad y penetraba por las ventanas la brisa oceánica en suaves ráfagas; una brisa discreta que no hacía saltar la velutina de la epidermis ni ponía en desorden los peinados; una brisa regulada, domesticada como la que refresca los salones en las playas de moda.

Precisamente comenzó la escena por ahí; es decir, por manifestarme Pepe Guzmán su convencimiento de que el lenguaje, como expresión de afectos íntimos y delicados, que tienen su principal incentivo en el fulgor de una mirada o en el contacto sutil de dos epidermis, estaba todavía sin hacer; tanto, que, en su concepto, hablar de lo que íbamos a hablar nosotros con los términos usuales del diccionario vulgar, era como empeñarse en tejer hilillos del rocío con palitroques sin pulir.

Del techo y las paredes de madera se desprendían insectos sanguinarios sobre las curtidas epidermis, para perforarlas y chupar su jugo. Otras veces surgían del suelo, remontándose por las gruesas botas. En invierno, el boliche, por estar con las puertas cerradas, conservaba una atmósfera densa de humo de tabaco, que olía á ginebra, á vino agrio, á ropa mojada y á cuero de zapato.

Primero era preciso extender con sumo cuidado, encima de la tabla de liar, la envoltura exterior, la epidermis del cigarro, y cortarla con el cuchillo trazando una curva de quince milímetros de inclinación sobre el centro de la hoja para que ciñese exactamente el cigarro; y esta capa requería una hoja seca, ancha y fina, de lo más selecto: así como la dermis del cigarro, el capillo, ya la admitía de inferior calidad, lo propio que la tripa o cañizo.

Pero él tenía amigos, gozaba de grandes influencias, y acompañando a don Carmelo, el de la comisaría, iba a realizar su capricho. No quiso decir más, y se fue escalera abajo, dejando a Ojeda tendido en un sillón de la cubierta. Un calor pegajoso humedecía las frentes y las espaldas. Los dormitantes cambiaban de postura para separarse de la epidermis las ropas adheridas por el sudor.

Los toros que pastaban en ella retirábanse hacia el fondo, como asustados por esta mancha negruzca, que crecía y crecía, alimentada incesantemente con nuevos grupos. Toda la horda de la miseria acudía a la cita. Eran hombres tostados, enjutos, sin la más leve ondulación de grasa bajo la lustrosa epidermis.

La sangre, como savia enérgica, regaba los tejidos, tiñendo la epidermis de tonos que variaban delicadamente desde el azul de las ramificaciones venosas hasta el carmín brillante de los labios húmedos; y una mata de pelo, escapada de la redecilla, hacía resaltar la blancura del cuello.

El oficial bebió, y fijando los ojos en la imagen de doña Elvira, prosiguió con una exaltación creciente: ¡Miradla!... ¡miradla!... ¿No veis esos cambiantes rojos de sus carnes mórbidas y transparentes?... ¿No parece que por debajo de esa ligera epidermis azulada y suave de alabastro circula un flúido de luz de color de rosa?... ¿Queréis más vida?... ¿Queréis más realidad?...

El fondo de escepticismo abraza también las cuestiones religiosas; raro es el bogotano del buen mundo que se lance, en una declamación contra los frailes, etc. Tienen la epidermis intelectual nerviosa y cualquier rasgo de mal gusto los irrita. Pero al mismo tiempo, hiperbólicos, exagerados, extremosos en todo. ¿Tienen una antipatía?

Se inclinaba hacia ella como si no la oyese bien, y Nélida, por su parte, descansó un brazo en el sillón de Fernando, gozosa de sentir su epidermis en casual contacto con una de sus manos. Hablábanse sin mirar a los que transcurrían junto a ellos, sin reparar en sus ojeadas de sorpresa y sus cuchicheos de comentario.