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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Al cabo de media hora de paseos, se me ocurrió una idea que, a no estar perturbado, debió ocurrírseme en cuanto leí la carta, a saber: que si bien en ésta se me trataba duramente y con cierto desprecio, el hecho positivo, tangible, era que la hermana me enviaba una carta y que para hacerlo necesitó exponerse mucho y buscar medios clandestinos.

Sentados en semicírculo en torno de la ancha mesa, frotábanse maquinalmente sus rugosas manos y avanzando su cuello tostado por el sol y por el aire, dirigían sus curiosas y circunspectas miradas hacia aquel elevado funcionario que la Administración les enviaba de París.

Las cartas fueron solenizadas, reídas, estimadas y admiradas; y, para acabar de echar el sello, llegó el correo, el que traía la que Sancho enviaba a don Quijote, que asimesmo se leyó públicamente, la cual puso en duda la sandez del gobernador.

Los vecinos del pueblo, que miraban con afición al comandante, o más bien al comendante, que era como le llamaban, y que al mismo tiempo conocían sus apuros, hacían cuanto podía para aliviarlos. No se hacía matanza en casa alguna sin que se le enviase su provisión de tocino y morcillas. En tiempo de la recolección, un labrador le enviaba trigo, otro garbanzos; otros le contribuían con su porción de miel o de aceite. Las mujeres le regalaban los frutos del corral; de modo que su beata patrona tenía siempre la despensa bien provista, gracias a la benevolencia general que inspiraba don Modesto; el cual, de índole correspondiente a su nombre, lejos de envanecerse de tantos favores, solía decir que la Providencia estaba en todas partes, pero que su cuartel general era Villamar. Bien es verdad que él sabía corresponder a tantos favores, siendo con todos por extremo servicial y complaciente. Levantábase con el sol, y lo primero que hacía era ayudar a misa al cura. Una vecina le hacía un encargo, otra le pedía una carta para un hijo soldado; otra, que le cuidase los chiquillos, mientras salía a una diligencia.

Su bisabuelo había sido, después de Jerónimo de Aliaga, del alcalde Ribera, de Martín de Alcántara y de Diego Maldonado el Rico, uno de los conquistadores más favorecidos por Pizarro con repartimientos en el valle del Rimac. El emperador le acordó el uso del Don, y algunos años después los valiosos presentes que enviaba a la corona le alcanzaron la merced de un hábito de Santiago.

58 Y le dijo Saúl: Joven, ¿de quién eres hijo? Y David respondió: Yo soy hijo de tu siervo Isaí de Belén. 2 Y Saúl le tomó aquel día, y no le dejó volver a casa de su padre. 5 Y salía David a dondequiera que Saúl le enviaba, y se portaba prudentemente. Y Saúl lo hizo capitán de gente de guerra, y era acepto en los ojos de todo el pueblo, y en los ojos de los criados de Saúl.

Fuélo tambien el alcaide de Alhama Luis Fernandez Portocarrero, que murió en Nápoles, adonde le enviaba el Rey Católico á compartir con el Gran Capitan el cargo de general en gefe. VUELO POR LA CAMPI

Los primeros meses de escuela mi madre me enviaba a la Iñure, a la salida, y aunque la buena vieja no era muy severa conmigo, tenía que marchar a su lado, mientras mis camaradas campaban solos por donde querían. Después de muchas súplicas y reclamaciones, conseguí libertad para ir y venir a la escuela sin rodrigón vigilante.

Los del Señorío; cuando Vizcaya era independiente y estaba gobernada por los Jaunes prudentes y valerosos; cuando la mala peste del maketismo no había aún invadido la santa tierra del árbol de Guernica; cuando los vascos en Padura, en Gordexola y en Otxandino hacían morder el polvo á los españoles, del mismo modo que siglos después, en nuestra época, sus descendientes habían derrotado á los guiris y los ches de pantalones rojos que enviaba España para acabar con los últimos restos de sus libertades.

Al poco tiempo Pierrepont le enviaba un periódico americano en que se daba de aquél noticias detalladas, y entonces la vizcondesa no titubeó más.

Palabra del Dia

ciencuenta

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