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Actualizado: 18 de junio de 2025


Pero lo que hacía verdaderamente peregrino y estrafalario el atavío es que en la cabeza traía un bonete viejo y grasiento. El P. Gil quedó asombrado de aquella figura, y más asombrado, cuando advirtió la ocupación a que el párroco se entregaba. Estaba, con una rodilla hincada en tierra, desollando un becerro. Le ayudaba en la operación el criado.

Por eso su tremenda esposa, al verle algunas veces salir de casa sin dar un beso a la niña, le llamaba padre desnaturalizado. Los momentos de verdadera dicha para el brigadier eran aquellos en que se encerraba con su hijo en el salón del colegio. Lejos de las miradas del enemigo común, podía entregarse libremente a las expansiones del afecto paternal, y se entregaba de buen grado.

Se trataba de hacer llegar a manos de Juan Ruiz la presente tarjeta que le entregaba. Sentado sobre la cama y dándole vueltas entre las manos, el guitarrista sonrió antes de contestarme. Aquella sonrisa me hirió profundamente.

¡Aquí no hay República, Tòni...! Y sin embargo, esto es algo. Pero Tòni no se daba por vencido. Contraía el peludo rostro, haciendo un esfuerzo mental para dar forma á sus vagas ideas, vistiéndolas de palabras. En el fondo de estas grandezas presentía una afirmación de sus mismos pensamientos. Al fin se entregaba, desarmado, pero no convencido.

Era de ver también la flema con que Montifiori presenciaba el enlace de su hija; y por último pasmaba la apatía con que Blanca se entregaba a un marido que carecía, como era natural, de todos los encantos que un hombre puede ofrecer a una mujer joven y bella.

Kate subió apresuradamente a un coche, y una hora después entregaba todas las cartas a su señora: entre ellas venía por equivocación el billete de la lotería que la noche anterior compró Juanito Velarde al retirarse a su casa. ¡Extraña burla de la suerte!

En la escalera nos tropezábamos con el colega del segundo cuarto, quien subía restregándose los ojos; se le entregaba la calabaza y el Plutarco.

Atravesadas éstas, se estaba en el patio, pero, para llegar á la escalera era preciso pasar por delante de las habitaciones de la señorita Guichard y de Bobart. ¡Cuántas probabilidades de ser cogida antes de llegar al piso bajo! Y aquel era, sin embargo, el único paso practicable. El almuerzo llegó cuando Herminia se entregaba á estas combinaciones y proyectos.

Se entregaba sin resistencia, sin deseo, con una sonrisa de tolerancia, satisfecha de poder dar un poco de felicidad, de la que ella no participaba. Su atención se había concentrado en otras preocupaciones. Una tarde, estando en el dormitorio del estudio, sintió la necesidad de comunicar ciertas noticias que desde el día anterior llenaban su pensamiento.

Pero éste no era hombre que se entregaba rendido á semejantes debilidades; así es que, desprendiéndose de los brazos de su costilla, cogió entre los suyos al menor de sus hijos, mandó á los otros que le siguieran, obligó á su mujer á quedarse en casa, y salió de ella precipitadamente, cerrando detrás de la puerta de la escalera.

Palabra del Dia

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