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Cubría su busto ligera chambra, tan mal cerrada, que enseñaba parte del seno ubérrimo. Arrastraba unos zapatos de presillas puestos en chancleta, y los tacones iban marcando sobre el piso de baldosín un compás de pasos harto estrepitoso. «Iba a echarme la bata dijo Refugio, después de revolver en un montón de ropas que estaba sobre el sofá , pero como usted es de confianza...».

Y en lo que ella era más extremada era en arremedar virgos y adobar doncellas. En solos ocho días que yo estuve en casa la vi hacer todo esto. Y para remate de lo que era, enseñaba a pelar, y refranes que dijesen las mujeres. Allí les decía cómo habían de encajar la joya: las niñas por gracia, las mozas por deuda y las viejas por respeto y obligación.

Ávida de tocarle, la Delfina le agarró un mechón de cabello, lo único en que no había pintura. «¡Pobrecito, cómo está!...». De repente le entraron a Juanín ganas de llorar. Ya no enseñaba la lengua; lo que hacía era dar suspiros. «¿Pero ese Sr. Izquierdo, no está? preguntó a Ido Jacinta llevándole aparte . Yo tengo que hablar con él. ¿Dónde vive?».

La unidad mecánica de la fábula, tal como se enseñaba por la estética bastarda de los anticuarios, fué abandonada del mismo modo. Pero aunque la comedia española desecha las soñadas reglas de la comedia y tragedia antigua, no por esto puede sostenerse, recordando su objeto y las ideas especiales de sus grandes dramáticos, que no observaba ninguna.

El que enseñaba por la noche el abesedario á los pinches y era novio de esa que llaman La Charanga. ¡Cómo está Gallarta, Señor Dios! Ya se conoce, pues: la iglesia siempre vasía. Lo de siempre murmuró el médico. El crimen pasional. A estos bárbaros no les basta con vivir rabiando y se matan por la mujer. Aresti andaba ya, calle abajo, cuando la vieja le llamó desde la puerta.

15 Vienen, pues, a Jerusalén; y entrando Jesús en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el Templo; y trastornó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; 16 y no consentía que alguien llevase vaso por el Templo. 17 Y les enseñaba diciendo: ¿No está escrito que mi Casa, Casa de oración será llamada por todas las naciones?

Por las mañanas, la tertulia era en casa del zapatero que enseñaba los gigantones, un hombrecillo amarillento y enfermo, con eternos dolores de cabeza que le obligaban a llevar varios pañuelos arrollados a guisa de turbante. Era el más pobre de las Claverías.

De serlo Lisboa, el imperio colonial español habría resultado algo orgánico, sólido, con vida robusta. Pero ¿qué podía esperarse de una nación que había puesto su cabeza en la almohada de las amarillas estepas interiores, lo más lejos posible de los caminos del mundo, y sólo enseñaba sus pies á las olas?...

Estaban todos los agujeros poblados de brújulas; allí se veía una pepitoria, una mano y acullá un pie; en otra parte había cosas de sábado: cabezas y lenguas, aunque faltaban sesos; a otro lado se mostraba buhonería: una enseñaba el rosario, cuál mecía el pañizuelo, en otra parte colgaba un guante, allí salía un listón verde.

Y como viera que la causa principal el perrazo bayo había desaparecido del sitio de la catástrofe, Lorenzo se aventuró a montar de nuevo, estimulado sin duda por la experiencia recogida, que le enseñaba cuánto suelen ser de soportables algunas caídas.