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Actualizado: 4 de junio de 2025
En efecto, no bien embarqué en Río, levó anclas el barco de vapor y empezó a andar, dejando un surco de espuma, si por una parte la vista de la ciudad y de la fértil y risueña costa que iba desvaneciéndose, y el recuerdo de las personas queridas, hicieron brotar de mis ojos algunas lágrimas, por otra parte sentí que se me ensanchaba el pecho, que surgía para mí como una nueva juventud, y hasta imaginé que el fresco vientecillo que corría, húmedo y salado, agitaba mis recuerdos tristes, como si fuesen las hojas secas de un árbol, y los arrojaba en el surco que la nave iba formando, a fin de que en el árbol, libre de aquel peso enojoso, brotasen con premura nuevas hojas y nuevas flores.
Ahí tienen ustedes los hombres de carácter dijo el marqués de Priego; el menor favor los hace cambiar, y, en lo sucesivo, éste será ahora uno de los más adictos del favorito. Esto es enojoso agregó el duque de Carvajal; no obtienen más que para ellos. No importa; de todos modos, resulta humillante para un hombre de sangre y del nacimiento del conde de Fuentes.
Sin afectación de arcaísmo y de purismo, sino del modo más natural y espontáneo, el lenguaje del Sr. López Roberts es castizo y propio en todas sus narraciones, y las escenas que describe parecen copiadas del natural, con exactitud en los pormenores, y sin que el autor peque de enojoso por prolijo, defecto en que suelen caer en el día no pocos novelistas. Muy fundadas esperanzas de que el Sr.
Y don Paco halló lo más prudente no dar a entender que había oído, y no traer de nuevo la conversación a tema para él tan enojoso. A fin de disimular, trató de aparecer sereno y alegre; habló de las novedades políticas; se congratuló de que don Andrés Rubio acabase de obtener una gran cruz y fuese ya excelentísimo; y, por último, echó unas cuantas manos de tute con el maestro de escuela.
No dice la historia si los amantes descansaron lo que quedaba de noche, que no era mucho por ser verano, pero sí que cuando al alba fue Florela a despertar a su señora como de costumbre para que fuese a misa, encontrola ya vestida, señal de que el lecho se la había hecho enojoso, y tan hermosa con las suaves ojeras y con la melancolía que mostraba su semblante, que deidad más que mujer parecía.
Como veinte años antes de la historia que vamos narrando, llegaron a la ciudad donde sucedió, un caballero de mediana edad y su esposa, nacidos ambos en España, de donde, en fuerza de cierta indómita condición del honrado don Manuel del Valle, que le hizo mal mirado de las gentes del poder como cabecilla y vocero de las ideas liberales, decidió al fin salir el señor don Manuel; no tanto porque no le bastase al Sustento su humilde mesa de abogado de provincia, cuanto porque siempre tenía, por moverse o por estarse quedo, al guindilla, como llaman allá al policía, encima; y porque, a consecuencia de querer la libertad limpia y para buenos fines, se quedó con tan pocos amigos entre los mismos que parecían defenderla, y lo miraban como a un celador enojoso, que esto más le ayudó a determinar, de un golpe de cabeza, venir a «las Repúblicas de América», imaginando, que donde no había reina liviana, no habría gente oprimida, ni aquella trabilla de cortesanos perezosos y aduladores, que a don Manuel le parecían vergüenza rematada de su especie, y, por ser hombre él, como un pecado propio.
Entonces se consagró por entero a las necesidades de su estado: las misas, bautizos, bodas, confesiones y entierros; la predicación, y el tomar parte a veces en los juegos de sus feligreses, fueron sus principales ocupaciones. Los pocos libros que llevó a su retiro acabaron por servir de peana a una imagen encerrada en una urna: el estudio se le hizo enojoso.
Los alemanes no nos hicieron daño; lo único enojoso fué que tuvimos que entregarles una parte de nuestra pesca por lo que quisieron darnos. Luego me ordenaron que saltase á la cubierta del submarino para responder al comandante. Era un joven que hablaba el castellano como yo lo he oído hablar allá en las Américas, cuando de chico navegaba en un bergantín.
Creyó que ésta fuese inspirada por la modestia; y debió llegar hasta ofenderle, con su moderno espíritu comercialista, encareciendo las ventajas de la alianza, como si el joven duque fuese una mercancía que se ofreciera... Esto acabó por indignarle en su íntimo y concentrado orgullo, y tan hondamente que, para terminar el enojoso asunto, dio Pablo una réplica digna de los antiguos tiempos de la grandeza española: Diga usted a su majestad la reina que, siendo yo el primer grande de España, no quiero ser el último infante.
Yo no comprendo que puedan gustar frases, ni períodos, por sonoros, dulces o enérgicos que sean, si no tienen sentido, o si de sentido se prescinde por anacrónico, enojoso o pueril.
Palabra del Dia
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