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Actualizado: 20 de mayo de 2025
La novia corrió al hospital con su futuro suegro y su madre. Luego fué sola, quiso quedarse allí, vivir al lado del herido, declarando la guerra á todos los reglamentos, chocando con monjas y enfermeras, que le inspiraban un odio de rivalidad. Pero al ver el escaso resultado de sus violencias, se empequeñeció, se hizo humilde, pretendiendo ganar con sus gracias una por una á todas las mujeres.
Devuelva usted al convaleciente el placer de vivir, el amor; esto vale más que las partidas de piquet o de malilla a pública subasta o que la lectura de la última novela salida a luz. Querría que todas las enfermeras fueran enamoradas, criaturas lindamente adornadas y vestidas por los grandes modistos... SITA. Hay también un músculo que se llama el gran sartorio... .
Y en prueba de la indignación con que rechazaron el supuesto, las damas más principales de la villa se constituyeron en enfermeras al lado de su cama, no dejándole un instante solo, relevándose noche y día cada pocas horas, como si hiciesen la guardia al Santísimo. D. Narciso merecía estas atenciones del bello sexo.
D. Joaquín enfermó muy de veras y de la última enfermedad, que fue larga y penosa. En ella le atendió, le veló y le cuidó Rafaela como la más santa, más fiel, más devota y más apasionada de las mujeres. Hubo tal sinceridad, abnegación y fervor en ella, que hasta las personas más incrédulas y mal pensadas la miraron como modelo de cariñosas enfermeras.
El coronel, ofendido por la duda, repite con energía: «Aquí es.» Se acuerda de que fué el único hombre que figuró en el entierro. Tres enfermeras, la señorita Valeria y él, nada más, siguieron el féretro hasta estas alturas. ¡Pobre duquesa de Delille!... Se conmueve Toledo al recordar su muerte inesperada. Lady Lewis la había enviado al frente.
¡Pobre Desnoyers!... La necesidad de verla y la falta de ocupación en unas tardes interminables que hasta entonces habían tenido más grato empleo le arrastraron á rondar por las cercanías de un palacio eternamente desocupado, donde acababa de instalar el gobierno la escuela de enfermeras.
Las extremidades inferiores eran más débiles cada día, la pobre temía caerse, y su angustia aumentaba al considerar que sus enfermeras no podrían sostenerla. Acudí a relevar a mi tía, esperando que la anciana segura de mi vigor, se mostrara más decidida y animosa, pero todo fué inútil. Tú no sabes llevarme. Sí, tía. No, déjame.... Voy mejor con Pepa. Insistí, rogué, supliqué.... ¡En vano!
Habían llegado allá nuevos heridos, y la escasez de enfermeras obligaba á los médicos á admitir sus servicios. Por el momento no la molestarían más preocupándose de su falta de salud. Al pensar en el rudo trabajo que la esperaba, en las noches de vigilia y los combates con la muerte para salvar á unos cuantos hombres, mostró un gran regocijo.
Nadie conocía á Margarita. Todos los días llegaba el tren con un nuevo cargamento de carne destrozada, pero el hermano no estaba entre los heridos. Una religiosa, creyendo que iba en busca de alguien de su familia, se apiadó de él, ayudándole con sus indicaciones. Debía ir á Lourdes: eran allí muy numerosos los heridos y las enfermeras laicas.
Se ha notado que el aburrimiento era un remedio infalible para los convalecientes. Las señoritas Sita y Vera atraviesan con viveza la ciudad doliente y se presentan en un saloncito lleno de jóvenes y viejas damas, que esperan la apertura del curso. Están vestidas de enfermeras.
Palabra del Dia
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