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Actualizado: 14 de junio de 2025
Y abrió la puerta, entró, encendió una lámpara y salió á los corredores sin hablar con Dorotea, que estaba replegada y llorando en un rincón. El tío Manolillo recorrió y examinó minuciosamente la parte alta de aquel departamento. A nadie encontró por más que registró todos los escondrijos. Vamos dijo , sería el viento. Y siguió adelante hacia su vivienda.
La pobre Catalina estaba aturdida, la alegría la abrumaba; sin embargo, resistió a la suave violencia de Marta, y rechazó el honor que se le ofrecía. Pero Federico la tomó por la cintura, Marta y Laura por los brazos, y de ese modo Catalina se encontró en el coche, sin saber cómo.
Fué la primera situación difícil en que se encontró después de casado don Juan; creía profanar el nombre de su esposa y tartamudeó algunas palabras en una torpe excusa; Dorotea vió lo que pasaba en el alma de don Juan.
En el corredor, junto a la escalera, encontró a la enfermera; se hallaba completamente vestida, y sus ojos brillaban. ¡Doctor! murmuró. Estaba tan emocionada, que no podía continuar. ¡Doctor! repitió, sin alzar la voz. ¡Ah, es usted! ¿No se ha acostado todavía? Es ya tarde. ¡Doctor! ¿Qué hay? ¿Necesita usted algo? ¡Doctor! Le faltaron ánimos. ¡Quería decirle tantas cosas!
Todos los convidados se precipitaron á las puertas con la confusión del público que asalta un teatro. Cada uno deseaba llegar el primero al jardín. Ya no había por qué fingir: ansiaban el espectáculo anunciado... Y el coronel encontró finalmente quien le hablase con claridad. Ha llegado al anochecer, para pedir al príncipe que se case con su hermana.
La traza, la barba y el libro del ermitaño infundiéron respeto en Zadig, y en su conversacion encontró superiores luces.
Al día siguiente, Linda no le dejó salir; y al verse dominado por ella, por su suave encanto, encontró el herido que sus convalecencias eran más peligrosas para sus sentimientos que para su salud. Que le avisen a mi cuñado donde estoy dijo Martín varias veces a Linda.
Martín sabía que no deliraba; se retiró a la sala y escuchó, por si Carlos contaba alguna cosa a la patrona. Martín esperó en su alcoba. En la sala, debajo del altar, estaba el equipaje de Ohando, consistente en un baúl y una maleta. Martín pensó que quizá Carlos guardara alguna carta de Catalina, y se dijo: Si esta noche encuentro una buena ocasión, descerrajaré el baúl. No la encontró.
Tras larga rebusca las encontró. Faltaban candeleros; pero el empleado, hombre de recursos, trajo un par de botellas vacías, e introduciendo en su cuello las velas, las encendió, colocándolas junto a las otras luces. Carmen se había arrodillado, y los dos hombres aprovecharon su inmovilidad para correr a la plaza, ansiosos de presenciar los primeros lances de la corrida.
»Amaury había salido para volver más pronto indudablemente, y se conocía que no hacía mucho rato porque el semblante de Magdalena, estaba, radiante aún de felicidad. »¡Pobre hija mía! A creerla, nunca se encontró mejor. »¿Me habré equivocado yo? Este amor que a mí me asustaba, tanto, ¿habrá venido a dar vigor a esa complexión enfermiza y enclenque, cuya destrucción temía?
Palabra del Dia
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