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Actualizado: 14 de octubre de 2025


Es más, cuando gracias a estos heroicos manejos se encontró medianamente tranquilo, tuvo serenidad bastante para decir a su vecina sin temblarle demasiado la voz: Es increíble el calor que aquí se desarrolla al llegar esta hora.

¡Ah! perdone usted la dije, me he equivocado... buscaba... dispénseme usted... a los pies de usted. ¡Buscaba usted a Amparo! me dijo. ... en efecto, una joven... Que encontró usted hace seis años a media noche en la calle... Y los ojos de la joven se llenaron de lágrimas... ¡Amparo! exclamé, reconociéndola al fin.

Lo único que se notó en su casa fué que andaba un poco más triste y distraído. Se dedicó durante algunos días a observar a su esposa, no perderla de vista un instante; pero nada encontró que pudiera dar pábulo a sus sospechas. Al mismo tiempo, estudiaba si el Duque podía avistarse con ella y de qué manera.

Al despertar el príncipe en la mañana siguiente, no encontró á su «chambelán». El automóvil de alquiler se lo había llevado á las siete, para que completase sus preparativos. Vagó Lubimoff por los jardines, deteniéndose ante los jaulones que albergaban diversos pájaros exóticos.

11 y se encontró con un lugar, y durmió allí porque ya el sol se había puesto; y tomó de las piedras de aquel lugar y puso a su cabecera, y se acostó en aquel lugar. 13 Y he aquí, el SE

No bien llegó San Vítores á Manila, principió á gestionar la realización de su pensamiento, el cual no solamente no fué secundado sino que encontró acérrimos enemigos; esto no obstante el Padre San Vítores abrigaba en su alma la más fuerte de las perseverancias; la perseverancia que emana de principios del mismo Dios, «bautizarás al idólatra» dijo, y el infatigable jesuíta firme en su propósito se dirigió al Padre Nitarht, confesor de Doña Mariana de Austria, esposa del Soberano reinante por aquella época en Castilla, Don Felipe IV, del cual consiguió aquella una Real cédula satisfaciendo ampliamente los deseos del jesuíta.

No su incomparable hermosura la cautiva, no la brisa matinal suave y fragante la embriaga. Una arruga profunda surca su frente, signo de intensa preocupación, de temor y de anhelo. Su faz, ordinariamente blanca, se tiñe ahora de carmín por la fatiga. Cuando menos lo esperaba, en una de las revueltas del retorcido camino se encontró con las primeras casas de la aldea.

La duquesa lloró mucho; el duque tomó más alegremente la separación, para tranquilizar a su esposa y a su hija; quizá también porque no encontró lágrimas en sus ojos. En su fuero interno, él no creía en la muerte de Germana. El solo, con la vieja condesa de Villanera, esperaba el milagro de la curación.

Decidida a hablar con su esposo, mandó preguntar si estaba en casa; y cuando la contestaron que el señor no había salido, se encaminó al despacho, donde encontró al duque hojeando el reglamento del Senado.

En aquella calle, en una casa chata y vieja, vivía la señora María Suárez, honrada esposa del escudero Melchor Argote, y honrada amiga del prendero Gabriel Cornejo. Cuando Montiño llegó, encontró á la señora María fregoteando, como la mujer más hacendosa del mundo, en la cocina. Buenos días, buenos días, señora dijo el cocinero ; ¿y cómo va por acá? ¡Ah! ¿sois vos, señor Francisco? dijo la vieja.

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