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Actualizado: 14 de junio de 2025
En fin, Jaime siguió el aldeano encogiéndose de hombros, si me la había de llevar otro bribón, más vale que seas tú. D. Jaime rió también la gracia: estaba para reírlo todo.
V. lo entiende mas que yo, dice el rudo encogiéndose de hombros; y luego meneando cuerdamente la cabeza añade: no señor; repito que el negocio no me gusta; yo por mi parte no entro en él; V. se empeña en que ha de ser tan provechosa la especulacion; enhorabuena; allá veremos. Yo no aventuro mis fondos. La victoria en la discusion queda sin duda por el proyectista; pero ¿quién acierta?
Bastaba ver la actitud de las damas que estaban en el jardín de invierno: fingían no reparar en ella, pero se adivinaba en sus ojos una impresión de escándalo... Todo esto pareció decirlo la madre con su mirada y su breve llamamiento. Pero Nélida se limitó a contestar fríamente: «¡Mamá!», y encogiéndose de hombros siguió fumando.
Y miraba en torno de él para ver si estaba cerca Desnoyers, creyendo causarle con esto una gran molestia. Pero el yerno seguía adelante, encogiéndose de hombros. ¡Abajo Napoleón! decía Julio. Y presentaba la mano inmediatamente, mientras el abuelo buscaba sus bolsillos.
Entre S. E. y el alto empleado había siempre divergencia de opinion y basta que el último haga una observacion cualquiera para que el primero se mantenga en sus trece. El alto empleado tanteó otro camino. Las armas de salon solo pueden dañar á los ratones y gallinas, dijo; van á decir que... ¿Que somos gallinas? continuó el General encogiéndose de hombros; y á mí, ¿qué?
Le hacía sufrir como patriota el contemplar á España al margen de la contienda, esforzándose por no saber lo que ocurría en el resto del mundo, encogiéndose con la cabeza bajo el ala, lo mismo que ciertas aves zancudas que creen evitar el peligro no viéndolo.
Maese Alfredo L'Ambert se dirige, completamente solo, hacia su carruaje, que le aguarda en el bulevar; y a la luz de un farol lee, encogiéndose de hombros, esta tarjeta de visita, salpicada de sangre: AYVAZ-BEY Calle de Granelle Saint-Germain, 100.
Porque me gustan las manzanas verdes repuso encogiéndose de hombros. A los tres días se le presentó con una nueva herida en la frente. Pero, chica, ¿te has lastimado otra vez? Sí. ¿Cómo ha sido eso? Pues estaba mi padre partiendo leña, saltó una astilla y me dio en la frente. ¡Qué atrocidad! ¡A riesgo de saltarte un ojo!... Ten cuidado, chica, con tus ojos, que me gustan mucho.
¡Cosa extraña y, sin embargo, harto común en caracteres como el de Jacobo! Cuatro horas llevaba este batallando consigo mismo sin osar decidirse, y de repente, en un momento, con cuatro palabras tan sólo, quemó sus naves y decidió su suerte. Llévate los tres, si quieres dijo encogiéndose de hombros.
Y esa chica era guapa.... ¡Lo que es guapa! ¡Qué tonterías! ¿Por qué se buscará uno estos conflictos? ¡Yo que tengo juicio para diez! Impaciente, tiró el cigarro que estaba concluyendo. Un átomo de fuego brilló entre las hojas, que crujieron encogiéndose, y a poco la colilla se apagó. Segunda hazaña de la Tribuna
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