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Actualizado: 6 de junio de 2025


Se hallaban los expedicionarios muy arriba en la montaña, por encima de la aldea y de la casa de «El Encinar». La luz grisácea del invierno dispersaba las nieblas matinales, y en los pliegues de la ladera se divisaba la silueta de varios cosacos mirando a lo lejos, con las pistolas en alto y aproximándose lentamente a la vieja alquería.

Hacía dos horas que Juan Claudio marchaba a buen paso, imaginándose la vida del campamento, el vivaque, las descargas, las marchas y contramarchas, toda aquella existencia de soldado que tantas veces había echado de menos y que veía ahora volver con entusiasmo, cuando a lo lejos, a mucha distancia aún, envuelto en la sombra del crepúsculo, descubrió la mancha azulada del caserío de Charmes, su pobre casita que deshacía en el cielo blanco una madeja de humo casi imperceptible, los jardinillos rodeados de empalizadas, los tejados de madera, y, a la izquierda, a media ladera, la gran finca de «El Encinar», con la fábrica de aserrar del Valtin al fondo, en el barranco ya en sombra.

De seguro que ninguno de ellos había tenido nunca padre ni madre, ni Lilí, ni sacado en todos los días de su vida un solo premio... Cuando él fuera grande había de ahorcar a todos los empleados del resguardo, colgándolos como los chorizos que había visto una vez en la chimenea del capataz del Encinar, allá en Extremadura... ¡Y todavía, al doblar la esquina de la Universidad, se atravesó un coche, y después un carro de mudanzas y luego un gran ómnibus, y hubo que perder otros tres minutos!

Hacía más de veinte minutos que habían cesado y que el silencio del invierno reinaba solo en aquel abrupto paraje, cuando el buen hombre, sintiéndose seguro, salió de la garita y tomó corriendo el camino de la granja. Cuando llegó a «El Encinar» encontró toda la casa en movimiento. Se hacían preparativos para matar un buey con destino a la tropa del Donon.

Todo lo cual prueba que nuestros dragones de España han rechazado al enemigo en la carretera de Senones y que éste teme verse envuelto por Schirmeck. Por lo tanto, no comprendo, Catalina, la razón de su inquietud. Y como Hullin la mirase con aire interrogativo, la labradora dijo: Usted va a reírse de , pero óigame: he tenido un sueño. ¿Un sueño? ; el mismo que tuve en «El Encinar».

En fin, cuando cerró la noche, volvimos a la ciudad, después de haber destruido los depósitos de balas y de haber arrojado dos cañones de ocho a los pozos del tejar. Tal ha sido nuestra primera expedición. Hoy le escribo desde Las Barracas del Encinar, adonde hemos venido para buscar vituallas con que abastecer la plaza. Todo esto puede durar aún varios meses.

Desde el fondo del valle se dirigió derechamente hacia el Estado Mayor enemigo, y cuando llegó delante del general hizo algunos gestos señalando al otro lado de la meseta de «El Encinar». ¡Ah, bandido! exclamó Hullin . Está diciendo que Piorette carece de defensas por aquel lado y que es preciso rodear la montaña.

El loco, con el cuervo al hombro, gesticulando y hablando como en sueños, caminaba, caminaba sin cesar, desde el Holderloch al Sonneberg, y desde el Sonneberg al Blutfeld. Mas durante aquella noche el pastor Robin, de la granja de «El Encinar», iba a ser testigo del más raro y emocionante espectáculo.

Cada cual pensó en los parientes, en los amigos que no volverían a ver; y todos, los de la cocina y los de las trojes, se precipitaron en tropel hacia la meseta. En el mismo instante, Robin y Dubourg, que estaban de centinela en lo alto de «El Encinar», gritaron: ¿Quién vive? ¡Francia! contestó una voz.

Media hora después, todos llegaron a la meseta de «El Encinar». Jerónimo de San Quirino se había retirado hacia la granja, y desde media noche ocupaba la meseta. ¿Quién vive? gritaron los centinelas al aproximarse la escolta del trineo. Somos nosotros, los de la aldea de Charmes, respondió Marcos Divès con voz tonante.

Palabra del Dia

rigoleto

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