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Actualizado: 28 de junio de 2025


Vimos que a todo escape se nos acercó un General, seguido de gran número de oficiales. Era el marqués de Coupigny, alto, fuerte, rubio, colorado de suyo, y en aquella ocasión encendido, como si toda su cara despidiera fuego. Era Coupigny hombre de pocas palabras; pero suplía su escasez oratoria con la llama de su mirar, que era por una proclama.

Tenía la cabeza enteramente descubierta y llena de greñas, el rostro encendido, el cuerpo envuelto en un andrajo que parecía el residuo de una capa, los pies metidos en dos cosas asquerosas que en otro tiempo habían sido alpargatas. Todo nos volvíamos mirar a un lado y a otro explorando la calle en busca de nuestro literato, sin lograr hallarle.

Aquel despego de la hermosa niña avivaba en mi alma, de un modo terrible, la pasión que la belleza y las cualidades de la joven habían encendido en mi, y que mi tía Pepa procuraba fomentar. Cuando por las mañanas, al salir de mi cuarto, buscaba yo a la gentil doncella, y esperaba encontrarla en el comedor, me hallaba yo a Juana, muy engestada, y mohina. ¿Qué hace usted aquí? ¡Estoy barriendo!

Contento estaba Cervantes con su buena aventura, que tan en claro le había puesto el encendido amor en que por él ardía doña Guiomar, y parecíale que ya su vida y su alma habían encontrado buen empleo, y la codicia de ver de nuevo a doña Guiomar le aquejaba, y de gozar otra vez de sus ardientes miradas, de las que para él se la salían del alma; pero temía, si iba, no le obligase ella con juramento a que nada intentase contra aquel enemigo de sus padres y suyo, que de tal modo había perseguido a su madre y a ella la perseguía.

Como se veía aplaudida y mimada por aquel hombre, le mostraba su interior inocente, pero voluble y caprichoso. Núñez comprendió que el vicio no arraigaría jamás en su temperamento infantil pero podía caer por la ligereza increíble de su espíritu. Al cabo se alzó sofocada del diván. Cuando entró en el gabinete debía de tener el rostro encendido.

Había encendido la luz ya tres ó cuatro veces y tomado entre las manos un tomo de la Historia sagrada; había creído conciliar el sueño otras tantas; pero en cuanto daba un soplo al velón volvía á quedar despabilado. Al fin se resignó á permanecer en esta forma con los ojos abiertos dejando vagar su pensamiento por aquellos asuntos que más le interesaban.

En que se sabe quién era el incógnito amante de doña Guiomar. Trémula la mano, alborotado el corazón, encendido el bello semblante y turbados los divinos ojos, doña Guiomar abrió la puerta del cuarto, y dijo con la voz tan turbada que apenas si se la oía: ¡Eh, caballero, salid si os place, yo os lo ruego!

Apenas se hubo sentado junto a la cama, con voz demasiado resonante para la hora y la ocasión, le preguntó: ¿Qué ha sido esto? Encendido de nuevo por la fiebre, Ramiro respondió que no era tiempo de declararse en aquel particular, sino de encomendar su alma a Dios; y, así, pidiole que le administrara, cuanto antes, los Sacramentos.

Daba pena verle, cuando le daba el ataque, todo encendido, agarrotado y sin aliento, como si estuviese a punto de perder la vida en aquel mismo instante... Pero su mamá carecía de recursos para el viaje, de lo que recibía grandísima pena.

De ciertos prójimos que andan rondando desde el obscurecer por las galerías bajas del patio: yo no por qué en siendo de noche dejan pasar gentes por el patio de palacio como si fuera una calle; pero voy á cerrar la ventana, y luego á traer luz. Oyóse, en efecto, el leve crujir de una ventana que se cerraba, y luego los pasos de un hombre que poco después volvió con un velón encendido.

Palabra del Dia

rigoleto

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