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Actualizado: 8 de julio de 2025
Lo grave era que don Juan comprendía, no sólo que le agradaba la posesión y goce de los encantos de Cristeta, sino que también le cautivaba su trato, carácter y conversación, y esto es lo más peligroso que respecto de la mujer puede acontecerle a uno. Luego se imponía el rompimiento. El gusto que de ella y con ella recibía, no era razón para perpetuar el amorío.
«¡Cuántas veces dice en un salón, brillante de luz, o en una mesa elegante y delicada, he oído decir a un hombre, culto, fino, bien puesto: tengo pasión por los viajes, y tomar su rostro la expresión vaga de un espíritu que flota en la perspectiva de horizontes lejanos; me ha venido a la memoria el camarote, el compañero, el órdago, la pipa, las miserias todas de la vida de mar, y he deseado ver al poético viajero entregado a los encantos que sueña!».
Y la abrazaba con una efusión que no dejaba de tener sus encantos para la solterona.
Las mamás desengañadas dormitan en el fondo de los palcos; las que son o se tienen por dignas de lucirse, comparten con las jóvenes la seria ocupación de ostentar sus encantos y sus vestidos obscuros mientras con los ojos y la lengua cortan los de las demás.
También sucede lo mismo con La niña de Plata, comedia casi tan bella como la anterior por el interés que despierta. Dorotea, joven dama tan célebre por sus encantos como por su talento, ve desde un balcón una procesión solemne, á la cual asiste en Sevilla el rey D. Pedro con sus hermanos, y atrae especialmente las miradas de Enrique de Trastamara.
Cristeta era un caso enteramente distinto. Sus encantos físicos podían calificarse de excepcionales.
En la soledad del viejo castillo, cerca de aquel anciano achacoso y colérico, las horas nos parecían demasiado breves cuando nos encontrábamos en aquel santuario del estudio y de la amistad. A los días indiferentes y tranquilos de la infancia, debía suceder la edad de oro de la juventud, con sus quiméricos encantos, sus grandes ilusiones y su inmenso porvenir.
Los sabe de asombros, de encantos y de amores; y todos éstos son serios. Para lo cómico y jocoso atesora una infinidad de chascarrillos picantes. Siendo yo pequeñuelo, no me hartaba nunca de oír cuentos que me contaban las criadas de casa. El más bonito, el que más me deleitaba era el de doña Guiomar, cuyo argumento, en lo esencial, es el mismo del drama indio de Kalidasa, titulado Sacuntala.
Tónica era un espíritu práctico, que, en medio de sus escapes de pasión, no olvidaba el porvenir con todas sus miserias y monotonías. Insensible a los encantos del paisaje, a la soledad rumorosa que los rodeaba, trazaba planes para lo futuro, para cuando fuesen dueños de una tienda en el Mercado y ella tuviese que desarrollar las facultades de ama de casa.
Don Víctor levantó entonces los ojos y pudo apreciar que eran, en efecto, encantos los que no velaba bien aquella chica. Se cerró la puerta del cuarto de Petra y don Víctor emprendió de nuevo su majestuosa marcha por los pasillos. Pero antes de entrar en su cuarto se dijo: «Ea; ya que estoy levantando voy a dar un vistazo a mi gente».
Palabra del Dia
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