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Actualizado: 8 de junio de 2025
Lo cierto es que un día, el en que recibí la anteúltima carta de mi tío, que me comovió muy hondamente, di en el tema de buscar dentro de mí el porqué de ser yo tan poco sensible a los convenidos encantos de la Naturaleza. ¿Faltaba esa cuerda en mi organismo, o la tenía y no la había puesto en ocasión de que vibrara?
A pesar del diminutivo, el hombre que entró, sin quitarse el sombrero, era un señor de cincuenta años, lo menos; alto, bien plantado, mostrando en la mirada y el porte que, a despecho de la barba entrecana y el pelo casi blanco, aún debía de apreciar en toda su intensidad, los encantos de aquella buena moza.
Agregaba algunas jóvenes bellezas, como para adornar el paisaje. Juana de Maurescamp, con su elegante hermosura, y tímida superioridad, era uno de los encantos de aquel salón modelo. La vieja condesa prodigábale todo género de atenciones y lisonjas para atraerla y retenerla.
Quería arrodillarse ante sus plantas para que la pisara, para que hiciese alfombra de sus encantos: quería servir como una esclava a aquel amante que era el depositario del pensamiento de El, y parecía agigantado por tal tesoro.
En realidad, lo que le enfadaba extraordinariamente no era ostentar sus encantos, porque estaba cierta de no hacer gesto, ademán ni movimiento indecoroso: la causa principal de su enojo era el tener que salir entre otras mujeres desapudoradas y venales que alardeaban de su desnudez, y con quienes había de alternar y confundirse. Esto la sacaba de sus casillas.
Al abarcar con la mirada el conjunto de los tres lagos, no se puede ménos que notar la íntima fraternidad que los enlaza en un sistema. Tal es el carácter del mayor número de los lagos de primer y segundo órden que se encuentran en Suiza. Unos engendran á otros, multiplicando la vida y los encantos de la naturaleza.
Penetremos en los jardines científicos de Londres y hallaremos un espectáculo digno dé admiración. En la época en que los visité el invierno apénas concluia; la vegetación al aire libre estaba muerta, y faltaban por lo mismo todos los encantos del bosque y el jardín; que dependen de la naturaleza.
Ninguna estación más á propósito para apreciar y admirar todos los encantos de la famosísima Vera, país de la fertilidad y de la incomunicación; especie de Alpujarra chica, en que el río hace las veces del mar, y Sierra de Jaranda y Sierra de Gredos suplen por la colosal Sierra Nevada. La primavera estaba en todo su esplendor.
Poseía la blonda señorita, algo, o mucho, de la singular belleza de dos mujeres muy célebres y admiradas entonces: Adelina Patti y la Emperatriz Eugenia. Alta, delgada, esbeltísima, «ideal», como acostumbran a decir los poetas, en Gabriela se juntaban maravillosamente la frescura de una arrogante juventud y los encantos misteriosos de una belleza apacible y casta.
María Teresa, por lo contrario, gozaba ante aquella playa desierta y le encontraba encantos no sospechados. Después de la partida de la muchedumbre abigarrada y tumultuosa de los bañistas, le parecía que la Naturaleza cambiaba de aspecto.
Palabra del Dia
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