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Causa un verdadero placer, mezclado de curiosidad, la rápida inspeccion, en las estaciones del ferrocarril, de aquellos grupos de labriegos encantados al oir el prolongado silbido de la locomotiva, que les ha sorprendido en sus hábitos moriscos y su ignorancia peninsular.

Nos contó cómo había rechazado en la Cava Baja con veintisiete hombres a dos compañías de cazadores, y de qué forma estaba dispuesto a «rendir el último suspiro en holocausto de la libertad». Los chulos que tenía a sus órdenes le llamaban «mi general», cosa que nos tenía encantados, por más que no nos pareciese muy en su lugar que los simples soldados bebiesen en la misma copa que el general y discutiesen con él los planes de campaña.

Cuando los tres mancebos encantados vayan al comedor, los seguiréis sin ser vistas, y allí permaneceréis hasta que el Príncipe pida la cajita de sus entretenimientos y diga, besando el cordoncito: ¡Ay, cordoncito de mi señora! ¡Quién la viera ahora!

¡Era el punto de comparación que teníamos para darnos cuenta de la magnificencia de los palacios encantados que en sus cuentos nos describía el trompa Gareca, aquel viejo veterano que recibió el Sol del Ecuador a las órdenes de San Martín, que fue asistente del general Paunero en la guerra del Paraguay y que hoy duerme el sueño del olvido en las soledades de Las Manzanas!

El cual, por lo demás, andaba de puntillas, sin tropezar en nada; y hasta consiguió taparla, sin que ella lo sintiera, un poco de la espalda blanquísima, por donde estaba cogiendo frío. Era en casa de su Serafina el mismo galán fino, pulcro, suave y mañoso que cuidaba a su mujer, a su tirano, como las manecitas negras de los palacios encantados.

Sólo mar y cielo se hubiera visto, sino apareciese ante los ojos encantados de los de la nave, no lejos de ella y en medio del piélago azul, algo a modo de ingente y precioso canastillo de flores y verdura, que parecía flotar sobre la superficie del Atlántico.

Tenía los ojos azules, oscuros y profundos como el mar, y como en éste, también fingía la mente detrás de su misterio palacios encantados de cristal y jardines deslumbradores. ¡Parecía increíble que tal pimpollo fuese hijo del puerco espín de D. Marcelino! Cuando más niña, la llamaban en la villa el angelito.

Son verdaderamente admirables las venecianas: sabido es que nuestras arrogantes españolas son celebradas en toda Europa por su belleza; pues yo, todo lo que puedo decir, á pesar de mi inmenso amor patrio, es que no sobrepujan á las hijas de la un tiempo poderosa y temida república reina del Adriático. Vamos ahora á los encantados palacios de Venecia.

Es verdad que más allá de las islas y los mares, á través del follaje de los álamos, veíamos sobre la colina el rojizo tejado de la casa paterna; pero, encantados en el fondo de saber que estaba tan cerca, hacíamos como que ignorábamos tal cosa, creyendo haberla dejado al otro lado del globo.

A no ser por las vedijas negras que se escapaban de la chimenea, para quedar flotando en la calma bochornosa de la tarde, se hubiese podido creer que el buque no marchaba... Y la isla siempre a la vista, como los países encantados de las leyendas, que parecen avanzar detrás de los pasos del que huye. Un silencio de sesteo extendía su paz abrumadora sobre la cubierta inundada de luz.