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Actualizado: 13 de junio de 2025
Sus súbditos, creyéndole muerto, han tenido que someterse al Kan de Tartaria.» ¿Qué deducís de eso, señora? dijo la doncella. ¿Qué he de deducir, respondió la Princesa Venturosa, sino que el Kan de Tartaria es quien tiene encantado a mi Príncipe para usurparle la corona? He ahí por qué aborrezco yo tanto al Príncipe tártaro. Ahora me lo explico todo.
Mario quedó tan encantado del éxito de su frase que, excitado por él, supo hallar en poco tiempo otras dos o tres no menos felices. Ambos quedaron en breve tan abstraídos de los ruidos mundanales que sonaban a su alrededor como si se hallasen en las profundidades de una selva virgen.
Al ver que Pirovani se había metido en su casa, no quiso buscar mentalmente nuevas explicaciones y abrió el sobre que acababa de recibir, empezando á leer su contenido en medio de la calle. Sus ojos pasaron por varios renglones, sin comprenderlos. «Una docena de frascos de «Jardín Encantado». «Idem ídem de «Ninfas y Ondinas». «Seis docenas de cajas de jabón «Claro de Luna».
Me han encantado porque coincidían con mi parecer y eran como el eco adulador, harto amortiguado y debilísimo, de lo que yo pensaba. El más elocuente encomio que me ha hecho Vd. de D. Luis no ha llegado, ni con mucho, al encomio que sin palabras me hacía yo de él a cada minuto, a cada segundo, dentro del alma. ¡No te exaltes, hija mía! interrumpió el padre vicario.
Si quieres volver a verme, tienes que gastar zapatos de hierro hasta que me encuentres. Tienes que buscarme por toda la tierra. El príncipe desapareció. La niña empezó a llorar y sintió haber seguido los consejos de la vieja. Cuando vino ésta al 75 día siguiente, dijo a la niña: ¿Has visto a tu marido? Sí le contestó, y lo siento muchísimo. Era un príncipe encantado y ahora nunca volveré a verle.
Nunca he tenido un cochero mejor... El cañonazo no había sido más que una señal; luego, la cosa es por todas partes, a la derecha, a la izquierda; no se ven más que techos incendiados, haces de fuego, torres chispeantes, y el parque se ilumina con una hermosa claridad verde... En una palabra, mi viejo Ilgenstein se ha convertido en un verdadero castillo encantado.
Yo he sabido hace poco que estabas en Madrid. Si antes lo hubiera sabido hubiera ido a verte a tu casa. ¿Y quién me conoce? ¿Quién ha podido hablarte de mí? Mi marido es un pobre empleado... Será lo que dices; pero su inteligencia y su laboriosidad tienen encantado al Ministro y lleno de envidia a todo el personal de la Secretaría. El Ministro no hace más que hablar de tu marido.
Y asegúrote, de parte de la sabia Mentironiana, que tu salario te sea pagado, como lo verás por la obra; y sigue las pisadas del valeroso y encantado caballero, que conviene que vayas donde paréis entrambos. Y, porque no me es lícito decir otra cosa, a Dios quedad, que yo me vuelvo adonde yo me sé.
Con el listón, sacándolo y ensortijándolo donde quieras, aunque sea en los círculos del aire, por un oculto sortilegio que no quiero explicarte, él mismo, y por su propia virtud, traza un oasis encantado, mansión afortunada de todos los gustos y placeres, sin que la saciedad ni el fastidio tengan poder para entrar en el mágico cerco de la isla.
La Princesa se acongojó también, y se arrepintió de lo que había hecho. A pesar de su vehemente amor al Príncipe de la China, prefería ya dejarle eternamente encantado a que por su amor se derramase una sola gota de sangre. Así es que enviaron despachos al general para que no empeñase una batalla; pero todo fue inútil. El general había ido tan veloz, que no hubo medio de alcanzarle.
Palabra del Dia
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