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Actualizado: 17 de julio de 2025


Y escuchó con expresión provocadora sus instrucciones. Tratábase de ir a recoger cartuchos, que empezaban a faltar, de los muertos del día, no recogidos aún por los árabes. Está bien; allá voy. ¿Dónde está el saco? Y se lo echó a la espalda, diciendo: Esto me recuerda cuando iba a robar alcachofas a la llanura de Saint-Denis... El capitán hizo formar el círculo.

Una claridad gris se esparcía en la habitación. Algunos heridos, en la sala contigua, empezaban a sentir el delirio de la fiebre y se les oía llamar a sus mujeres y a sus hijos. Poco después, un rumor de voces, un ruido de idas y venidas, rompieron el silencio de la noche. Catalina y Luisa se despertaron y vieron a Juan Claudio, sentado cerca de la ventana, que las miraba con ternura.

En efecto, todo cuanto tenía estaba en manos de los usureros. Mi madre había ya pagado por sumas importantes. Mis amigos, cansados de prestarme dinero que nunca les devolvía, empezaban á huir de . Había llegado á un momento en que no tenía más que dos partidos que tomar: matarme ó marcharme al extranjero.

Los rails, abrillantados por el continuo roce de las ruedas, se alejaban hasta perderse en la revuelta de una curva. El polvillo del carbón oscurecía la tierra, marcando las huellas de los carros, y a unos trescientos metros de donde paraban los trenes, indicando la entrada en agujas, empezaban a brillar los farolillos rojos y las señales de la vía.

Charlando, charlando, apenas sentían el correr de las horas, y cuando del hondo patio salía la sombra lenta, mezclada de un fresquecillo húmedo; cuando la luz solar se dilataba en las alturas y empezaban a clavetear el cielo las pálidas estrellas, D. Francisco, dejando los laboriosos pelos, aparecía frotándose los ojos, y tomaba parte en la conversación.

Cuando sus expediciones para robar ganado ó sorprender á las tribus vecinas empezaban á fracasar; cuando iban en aumento las enfermedades en sus tolderías y las amenazas de hambre, todos los jinetes se armaban y salían al campo para vencer al maldito Gualicho.

Luego, de repente, empezaban todos a gritar, y el gabinete se llenaba de una alegría loca, de una tempestad de sonidos, de un huracán de pasiones, como si todo se trastornase y desencadenase. Luego comenzaban los bailes. Cualquier esqueleto vestido de mujer daba vueltas como un peón junto a la mesa, en una danza loca, frenética.

Los palos y chimeneas, achicados por esta transformación, parecían corresponder á otro buque más pequeño. Todos estos vapores mercantes y pacíficos llevaban un cañón en la popa para librarse de los corsarios submarinos. Inglaterra y Francia habían movilizado sus tramps, sus barcos vagabundos, y empezaban á darles medios de defensa.

Nadie chistaba ni se movía un punto de su sitio. Con la boca entreabierta y la mirada perdida seguían extáticos el curso de aquella melodía desesperada en que Violeta se lamentaba de morir después de haber penado tanto. Los más sensibles empezaban a soltar lágrimas, recordando alguna aventura galante de su vida juvenil.

No era posible comprender aún, pero las grandes líneas del asunto empezaban ya á dibujarse. Á no dudar, Sorege había intervenido en el negocio. ¿Cómo? ¿Á qué título? Este era el punto oscuro ó, mejor dicho, este era el asunto mismo. En lo ocurrido dos años antes había habido circunstancias difíciles de explicar, aun cuando nadie ponía en duda la personalidad de Lea. Ahora todo era incomprensible.

Palabra del Dia

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