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Actualizado: 27 de junio de 2025
Esta elegía, así como algunas otras que se registran en las páginas de las Rimas, debieron formar parte de una coleccion que con el título de Elegías Argentinas pensé publicar en mis primeros años, y de los cuales he quemado la mayor parte.
Esto último era lo más probable y lo que más convenía a los planes de Cármenes, el cual desde el domingo de Ramos tenía a punto de terminar una larguísima composición poética en que se cantaba la muerte del ateo felizmente restituido a la fe de Cristo. La oda elegíaca, o elegía a secas, lo que fuera, que Trifón no lo sabía, comenzaba así: ¿Qué me anuncia ese fúnebre lamento...?
Otras veces se quejaba el idealismo fantástico del clérigo como una tórtola; recordaba sin rencor, como en una elegía, los días de la amistad suave, tierna, íntima, de las sonrisas que prometían eterna fidelidad de los espíritus; de las citas para el cielo, de las promesas fervientes, de las dulces confianzas; recordaba aquellas mañanas de un verano, entre flores y rocío, místicas esperanzas y sabrosa plática, felicidad presente comparable a la futura.
Era él quien lo disponía todo para la marcha y para el reposo, arreglaba el paso de los caballos, elegía las comidas y preparaba los alojamientos. Las jornadas que hacían eran cortas, de modo que en dos etapas adelantaban diez leguas. Esta manera de viajar hubiera agotado la paciencia de un hombre joven y robusto: don Diego no temía más que Germana pudiera fatigarse.
Eran dos valentisimos tercetos Los espaldares de la izquierda y diestra, Para dar boga larga muy perfetos. Hecha ser la crugia se me muestra De una luenga y tristisima elegia, Que no en cantar, sino en llorar es diestra. Por esta entiendo yo que se diria Lo que suele decirse á un desdichado, Quando lo pasa mal, pasó crugia.
La Naturaleza es durante este mes una inmensa elegía que se asocia íntimamente con la eterna elegía del corazón humano. Voy y vengo por la hierba húmeda sin otro objeto que pisar las huellas de los seres queridos que no hace mucho iban delante de mí, detrás de mí o a mi lado por esta senda.
Fueme necesario cortar de un golpe aquella eterna elegía y despedirme para siempre de ese antro en que había estado ocho meses. ¡Lo que es el mundo de malo! Al salir, los acreedores del patio, que echaban espuma por la boca, decían que don Eleazar había realizado quinientos mil duros de ganancia y que ellos se quedaban en la calle. ¿Quién podía creerlo?
Cada estación nos traía sus huéspedes y cada uno de ellos elegía el más adecuado alojamiento: los pájaros de primavera en los árboles en flor; los de otoño un poco más alto; los del invierno en la espesura, en los grupos de árboles de hoja perenne, en las encinas y en los laureles.
Ayudaba a componer el menú de la cena; elegía los vinos; indicaba los mejores cantantes y cantatrices, a quienes se invitaba también al gabinete. Luego se sentaba en un extremo de la mesa, con su botella de champaña, que los criados le llevaban cada vez que cambiaba de sitio. Cuando le dirigían la palabra se sonreía, y diríase que hablaba mucho, aunque guardaba, en realidad, casi siempre silencio.
Pero lo más bonito era quizás el sauce, ese arbolito sentimental que de antiguo nombran llorón, y que desde la llegada de la Retórica al mundo viene teniendo una participación más o menos criminal en toda elegía que se comete. Su ondulado tronco elevábase junto al cenotafio, y de las altas esparcidas ramas caía la lluvia, de hojitas tenues, desmayadas, agonizantes.
Palabra del Dia
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