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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Dicho Portugues parece de 45 años, y dice que viene á ordenarse, cuando no hay aquí Obispo, ni trae dimisorias, ni tiene beneficio eclesiástico: y á los que le reconvienen con esto, responde: que esperará al Obispo, que se ordenará y domiciliará aquí.

Al día siguiente escribía un artículo en que hablaba de ciencias ocultas, del espiritismo, etc.; inmediatamente vino una orden del gobernador eclesiástico suspendiendo las funciones, pero ya Mr Leeds había desaparecido llevándose á Hong Kong su secreto.

Por algo en los conventos de monjas la organista y las cantoras son siempre las más despreciadas y se las llama «las sargentas». El cantar conforme a reglas es en la Iglesia oficio bajo. Para todo hay dinero en el templo; a todo alcanzan los fondos de fábrica, menos a la música. Los canónigos nos tienen por locos que vamos disfrazados con hábito eclesiástico.

Nada mas curioso que el espectáculo de las plazuelas y callejuelas de Toledo, durante la procesion del juéves santo. Aunque naturalmente se escogen para el paso del Cristo y de la Vírgen las calles ménos imposibles, el acompañamiento eclesiástico y popular tiene que pasar por las mas grandes crujidas para hallar salida por aquellos pendientes y endemoniados pasadizos al aire libre.

Sus vicios eran puramente de eclesiástico. Ahorraba en secreto, con esa avaricia fría y dominadora de la gente de iglesia en todos los tiempos. Su bonete mugriento era siempre de algún canónigo que lo desechaba por viejo; su sotana de un negro verdoso y sus zapatos habían sido antes de algún beneficiado. En las Claverías se hablaba en voz baja del dinero guardado por don Antolín, de sus ahorros, que dedicaba a la usura; préstamos que nunca iban más allá de dos o tres duros a los pobres servidores del templo agobiados por la miseria, y que recobraba con creces cuando a principios de mes pagaba el canónigo Obrero. En él, la avaricia y la usura iban unidas a la más absoluta probidad para los intereses de la iglesia. Perseguía encarnizadamente la menor sisa en la sacristía, y entregaba sus cuentas al cabildo con una minuciosidad que fastidiaba al Obrero. A cada cual lo suyo. La iglesia era pobre, y resultaba un pecado digno del infierno privarla de un solo ochavo.

Hallándose á la cabeza del sistema social, como lo estaba el eclesiástico en aquella época, se encontraba por esa misma causa más encadenado por sus reglas, sus principios y aun sus prevenciones injustas. Como ministro del altar que era, el mecanismo del sistema de la institución lo comprimía inevitablemente.

Preguntó por nuestro hermano, y cuando le hubo visto le dijo: que era un eclesiástico que se dedicaba á ser ayo de jóvenes, que un caballero á quien no conocía le había dicho que nuestro hermano le había encargado de buscar una persona docta y de buenas costumbres, que acompañase á un hijo suyo, cuidase de él y le asistiese mientras hacía sus estudios en la Universidad de Alcalá, para cuyo efecto le mandaba con una carta de recomendación.

Después de los magistrados venía el joven y eminente eclesiástico cuyos labios habían de pronunciar el discurso religioso en celebración del acto solemne. En la época de que hablamos, la profesión que él ejercía se prestaba mucho más que la política al despliegue de las facultades intelectuales. Los que veían ahora al Sr.

El poeta eclesiástico que olvidaba otros cabellos para alabar los de María, le pareció sublime en su ternura; aquellos cinco versos despertaron en el corazón de Ana lo que puede llamarse el sentimiento de la Virgen, porque no se parece a ningún otro. Y aquella fue su locura de amor religioso. María, además de Reina de los Cielos, era una Madre, la de los afligidos.

Mas siéndole preciso sostener la comedia de su asistencia en la casa del eclesiástico, salió como todos los días, la cesta al brazo, dispuesta a no perder la mañana y hacer algo útil. Al salir le dijo su ama: «Me parece que tendremos que hacer un obsequio a nuestro D. Romualdo... Conviene demostrar que somos agradecidas y bien educadas.

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