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Actualizado: 30 de abril de 2025
Salomón advirtió el mal de Echeloría, y Guadé advirtió el mal de Mutileder. Conferenciaron sobre ello. Se lo contaron todo. Buscaron remedio y no pudieron hallarle. ¿Qué hierba, qué elixir, qué talismán sería poderoso contra tan rara dolencia, que designaron con el nombre de dolencia de los dos amores? Presintieron los reyes que iban a perecer sus dulces amigos y se desconsolaron.
Mutileder había tenido ya tiempo para meditar, reflexionar y hacer severo examen de conciencia, y no se absolvía, sino que se condenaba por débil, perjuro y desleal, en grado superlativo. A veces quería disculparse consigo mismo, y no lo lograba. «Yo, decía, sigo amando a Echeloría, y Chemed no obsta para ello. Voy a buscar a Echeloría, a libertarla y a vengarla, y Chemed me ayuda en mi empresa.
La entereza, constancia y resistencia de Echeloría habían de mover a todo esto, y a más, el ánimo generoso de Salomón. ¿Qué le importaba a este gran Rey una mujer más o menos, cuando tenía en su harén setecientas reinas, ochocientas concubinas e infinito número de princesas?
Creyó entonces Mutileder que Adherbal se había llevado consigo a Echeloría para que fuese ornamento principal de la nave capitana, desde donde había de mandar la flota; y su rabia rayó en tal extremo, que pateó, juró, bufó, blasfemó, y hasta hubo de arrancarse a tirones algunos de los rizos hermosos y rubios que coronaban su cabeza.
Salomón había recapacitado y había visto que, debajo del sol, ni la carrera era de los ligeros, ni la guerra era de los fuertes, ni el bienestar de los listos, ni de los prudentes la riqueza, ni de los elocuentes el favor, sino que todo era caprichoso resultado de la ciega fortuna. Y hallándose su alma en tan doloroso estado, fue cuando Adherbal le presentó a Echeloría.
Pasaron después tres días, durante los cuales Abaris pareció como que estaba estudiando. Al terminar los tres días, fue Abaris al regio alcázar, hizo que Salomón le presentase a Echeloría, y, no bien la hubo visto, Abaris dio un grito y se echó en los brazos de la joven, exclamando: ¡Gracias, gracias, benignos cielos: al fin he hallado a mi hija!
Con este favor, pronto subió Mutileder a capitán de una compañía de filisteos, rubios casi tanto como él, y que formaban parte de la guardia real. Lo que no pudo conseguir fue ver a Echeloría. ¿Quién sabe si la misma gentileza de Mutileder sería óbice para que entrase él en el número de los sesenta, no hiciera el diablo que inquietase a las damas en vez de aquietarlas?
Con estas ideas en la mente y con el bizarro propósito de irse a Tiro cuanto antes, recorrió Mutileder las calles de Málaga hasta que empezó a anochecer. Todas las noticias que adquirió le confirmaron en que era Adherbal el raptor de Echeloría. En lo que no adelantó mucho fue en concertarse con algún patrón de buque que saliese pronto y le llevase para Fenicia.
Pues no digamos nada, porque sería cuento de nunca acabar, de la mutua admiración que nacía en ambas almas al considerar el talento o la habilidad del objeto de su amor. Cada pedrada que tiraba Mutileder mataba un pajarillo y partía el corazón de Echeloría, a fuerza de entusiasmo.
Y sencillamente Chemed tomaba la mano del inocente mozo, y la estrechaba entre las suyas y la retenía en cautividad, equilibrando el calor superior que había en las de ella con el calor que él tenía en su mano. Todavía se puso más interesante y bonito Mutileder cuando habló con efusión del eterno amor y de la fidelidad que él y Echeloría se habían jurado.
Palabra del Dia
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