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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Con los hijos de Dupont llegaba Luisito, huérfano de un hermano de don Pablo, cuya cuantiosa fortuna cuidaba éste; y las hijas del marqués de San Dionisio, dos niñas revoltosas de ojos cándidos y boca insolente, que se peleaban con los muchachos y los hacían correr a pedradas, revelando en sus audacias el carácter de su famoso padre.

Luis Dupont, muy estirado, detrás del sillón de su tía, al ver a María de la Luz la hizo varios gestos, llegando a amenazarla con la mano. ¡Ah, maldito guasón! Siempre el mismo. Hasta el instante de la misa había estado en la cocina importunándola con sus bromas, como si aún durasen los juegos de la infancia.

La soltera se marchó con la otra, gozosa de emanciparse por fin de la tía huraña y devota, y a los pocos meses volvieron a reanudar en casa del marido las costumbres que observaban cerca de los Dupont. Mercedes pasaba la noche en la reja en apretada intimidad con los novios: su hermana acompañábala con cierto aire de señora mayor, y hablaba con otros para no perder el tiempo.

Don Diego ha de parecer, señora dije yo, conmovido . Si hubiera muerto, ¿no habríamos encontrado su cuerpo? Esta razón devolvió a D. Paco su perdida fuerza dialéctica, y habló así: ¿Pero no hubo también un pequeño combate allá donde estaba Vedel? ¡Quién sabe si cogerían prisionero al niño! Los prisioneros fueron devueltos esta tarde por orden de Dupont afirmó D.ª María.

Un día, al salir de su escritorio para ir a comer en la casa donde estaba de huésped, encontró al aperador de Matanzuela. Rafael parecía esperarle apoyado en una esquina de la plazoleta, cuyo frente ocupaban las bodegas de Dupont. Fermín no le había visto en mucho tiempo. Lo encontraba algo desfigurado; con las facciones enjutas y los ojos hundidos en un cerco oscuro.

El señor Fermín que iba a la cabeza de la procesión, estaba ya en mitad de la cuesta, cuando apareció en la entrada de la capilla el grupo más interesante; el padre Urizábal, con una capa de claveles rojos y dorados deslumbrantes, y junto a él Dupont, empuñando su cirio como una espada, mirando a todos lados imperiosamente, para que la ceremonia marchase bien y no la desluciera el menor descuido.

Fermín Montenegro, al ir en los días de fiesta a visitar a su familia, se encontraba siempre con los amos. Así fue aumentando insensiblemente su trato con don Pablo. En medio de la campiña, bajo el cielo de intenso azul, parecía dulcificarse el carácter imperioso de Dupont, haciéndole tratar a su subordinado con más afecto que en el escritorio.

Hasta la orgullosa doña Elvira, la hermana del marqués de San Dionisio, siempre ceñuda y de noble malhumor, como si se creyese postergada por haberse unido con un Dupont, concedía cierta confianza al señor Fermín, escuchándole con gesto semejante a los que había visto en el teatro, cuando una dama se digna conversar con el viejo escudero, confidente de sus pensamientos.

Un cordobés, que no pudo mirar con sangre fria la entrada de los enemigos, hirió á Dupont desde uno de los balcones de su casa; encendiéronse mas y mas en ira los franceses; y saquearon templos, palacios, edificios privados, oficinas públicas, cuanto podia satisfacer su sed de oro y de pillage.

A ver si lo recibís como lo que sois; como personas decentes. Y los braceros, siguiendo las indicaciones del capataz, se formaron en dos filas a ambos lados del camino. La gran cochera de Dupont se había vaciado en honor de la festividad.

Palabra del Dia

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