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Actualizado: 21 de mayo de 2025


De tarde en tarde se presentaba don Pablo el joven, que dirigía la gran casa Dupont, dejando que sus hermanos menores se divirtiesen en la sucursal de Londres, o doña Elvira con sus sobrinas, cuyos noviazgos llevaban revuelta a toda la juventud de Jerez. La viña parecía otra, más silenciosa, más triste. Los chicuelos que corrían por ella en pasados tiempos tenían ahora otras preocupaciones.

Muy hermoso, ¿verdad? suspiró en una pausa de la letanía, sin ver a los que le rodeaban, dejando caer al azar la expresión de su entusiasmo. ¡Sublime! se apresuró a murmurar el jefe del escritorio. ¡Primo... de chipén! añadió Luis. Esto parece una cosa de teatro. Dupont, a pesar de su emoción no se olvidaba de marcar las respuestas de la letanía ni de atender al cuidado del sacerdote.

Fermín Montenegro descendió de otro coche con don Ramón, el jefe del escritorio, y los dos se alejaron a un extremo de la explanada, como si huyesen del autoritario Dupont, que en medio del gentío daba órdenes para la fiesta y se enfurecía al notar ciertas omisiones en los preparativos. La campana de la capilla comenzó a voltear en su espadaña, dando el primer toque para la misa.

En la plaza Nueva, pasó entre los grupos que se estacionan allí habitualmente: corredores de vinos y de ganado; vendedores de cereales, obreros de bodega sin colocación, gañanes enjutos y tostados que esperan a que alguien alquile sus brazos inactivos, cruzados sobre el pecho. De un grupo salió un hombre, llamándole: ¡Don Fermín! ¡don Fermín!... Era un arrumbador de las bodegas de Dupont.

Colocaba miles y miles de botellas del vino de fuego que producía Marchamalo, en aquellos países septentrionales de noches casi eternas y días de pleno sol, que duran meses. El viajante, después de muchos años de servicios a la casa, había venido a España, pasando por Jerez, para conocer personalmente a los Dupont. Don Pablo había creído indispensable el invitarlo a comer con su familia.

Y Dupont, agresivo en la defensa de lo que llamaba sus derechos, no sólo se negaba a oír las pretensiones de los braceros, sino que había expulsado de la viña a todos los que se significaban como agitadores mucho antes de que intentasen rebelarse.

Nosotros creíamos que , a menos que Castaños no aguardase para atacar enérgicamente a que la primera y segunda división cayeran sobre la espalda del ejército de Dupont, bajando desde Bailén. ¿Era éste el objeto que nos guiaba en nuestra marcha? Parecíanos que .

Las niñas del marqués, que nos avergüenzan viviendo con la canalla: Luis, que parecía en el buen camino, y ahora sale con esa aventura... ¿Y aun quieres afligirnos a mi madre y a , pidiendo que un Dupont se case con una muchacha de una viña? Yo creía que nos considerabas más. Ten compasión de , hombre: tenme compasión.

Dupont quedose con la vista fija en su empleado y éste comenzó a explicarse con cierta timidez.

Por las noches, la casa de los lagares, que tenía algo de conventual por su silencio y su disciplina cuando estaba presente don Pablo Dupont, entraba en plena fiesta hasta una hora avanzada de la noche. Los jornaleros olvidaban su sueño para beber el vino señorial, pródigamente repartido.

Palabra del Dia

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