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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Ya sabes mi resolución, Fermín dijo Dupont antes de entrar en la oficina. Te quiero por tu familia y porque casi hemos sido compañeros de infancia. Además, eres como un hermano de mi primo Luis. Pero ya me conoces; Dios sobre todo: por él soy capaz de abandonar a mi familia. Si no estás contento en mi casa, habla; si te parece escaso el sueldo, dilo.

Aquella imagen de la desesperación, que tan pronto señalaba la boca de los cañones como el cielo, indicando a sus soldados un alto ideal al conducirles a la muerte, era el desgraciado general Dupont, que había venido a Andalucía seguro de alcanzar el bastón de Mariscal de Francia. El paseo triunfal de que al partir de Toledo habló, había tenido aquel tropiezo.

El gobierno, como de costumbre, había enviado fuerza armada para cortar los lamentos de estos pordioseros de autoridad y llegaron a Jerez nuevas fuerzas de guardia civil, dos compañías de infantería de línea y un escuadrón que se unió a los jinetes del depósito de sementales. Las personas decentes, como las llamaba Luis Dupont, sonreían con beatitud al ver en las calles tantos pantalones rojos.

Pues ya que no pueden ustedes beber insistía el señorito con la pesadez del ebrio yo la beberé por ustedes. ¡A la salud de los hombres guapos!... ¡Muera la pillería! Un grupo de guardia civil atrajo su atención en una bocacalle. El sargento que lo mandaba, un viejo de bigote duro y entrecano, tampoco admitió el obsequio de Dupont.

Hasta la casa de Marchamalo había envejecido tristemente; se agrietaba su vetustez de ruda construcción, que contaba más de un siglo. El impetuoso don Pablo, en su fiebre de innovaciones, hablaba de echarla abajo y levantar algo grandioso y señorial, que fuese como el castillo de los Dupont, príncipes de la industria. ¡Qué tristeza!

Y con estas palabras reveladoras de una feroz alegría maternal, creía librar a su hijo de un peligro; como si después de haber aceptado el matrimonio con Dupont por su gran fortuna, le inspirase éste repugnancia. Pensaba con orgullo en los millones que tendrían sus hijos, y al mismo tiempo despreciaba a los que los habían amasado.

Pero hacia los días 25, 26 y 27 se esparce por la capital un rumor misterioso que conmueve de alegría a los españoles y llena de terror a los franceses: corre la voz de que los paisanos andaluces y algunas tropas de línea han derrotado a Dupont, obligándole a capitular.

Experimentó cierto sobresalto al conocer la voz. Era «el amo», que acompañaba a unos forasteros. Con él estaba su primo Luis, un Dupont que siendo menor sólo en algunos años a don Pablo, le respetaba como a jefe de la familia, sin privarse por esto de darle grandes disgustos con su conducta desarreglada.

Yo no vi el triste desfile de los ocho mil soldados de Dupont cuando entregaron sus armas ante el general Castaños, porque esto tuvo lugar en Andújar.

¿Cómo está don Fernando?... Sentía por el agitador un gran respeto desde sus tiempos de jornalero. La protección de los Dupont y la ductilidad con que se plegaba a todas sus manías, le habían elevado. Pero, como compensación a este servilismo que le había convertido en jefe del taller, guardaba un secreto afecto al revolucionario y a todos sus compañeros de la época de miseria.

Palabra del Dia

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