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Actualizado: 21 de mayo de 2025


La luz difusa del cielo, penetrando por las ventanas, proyectaba en el suelo unas manchas de tenue claridad. Dupont, en este silencio creyó oír el sonido de una respiración, el tenue remover de alguien tendido en el suelo. Avanzó. Sus pies tropezaron con unas arpilleras y sobre ellas un cuerpo.

El señor Fermín estaba absorto contemplando las manos de Pacorro el Águila, con admiración de guitarrista. Nadie había visto en su retirada a María de la Luz. Dupont entró en la casa de los lagares, andando quedamente, empujando las puertas con una suavidad felina sin saber por qué. Registró las habitaciones del capataz: nadie.

Rafael era el aperador del cortijo de Matanzuela, la finca de más valía que le quedaba a Luis Dupont, el primo escandaloso y pródigo de don Pablo. Inclinado sobre el cuello de la jaca, explicaba a Fermín su viaje a Jerez. He venío a encargá unas cosillas para allá y llevo prisa. Pero antes de volver, echaré un galope para ir a la viña y ver a tu padre. Me farta algo cuando no veo al padrino.

Cuando, terminada la guerra, volvía el verdadero dueño, Dupont se negaba a reconocerle, alegándose a mismo, para tranquilidad de la conciencia, que bien había ganado la propiedad de la casa haciendo frente al peligro. Y el confiado francés, enfermo y agobiado por la traición, desaparecía para siempre.

No podemos transigir con esta mentira, señores. El vino de Jerez es como el oro. Podemos admitir que el oro sea puro, de mediana o de baja ley, pero no podemos admitir que se llame oro al doublé. Sólo es Jerez el vino que dan los viñedos jerezanos, que recrían y añejan sus almacenistas y que exportan, bajo su honrada firma, casas de intachable crédito, como por ejemplo la de Dupont Hermanos.

La casa tenía que aclarar una cuenta con el escritorio de otra bodega: era asunto largo que no podía discutirse por teléfono, y Dupont enviaba a Montenegro como dependiente de confianza. Don Pablo, serenado ya por el trabajo, parecía querer borrar con esta distinción la dureza amenazadora con que había tratado al joven.

Este alejamiento de Jerez permitió a Dupont realizar sus ensueños sobre Marchamalo. Echó abajo el antiguo caserón y construyó lagares nuevos, una hermosa casa para su familia, una capilla espaciosa y rica como un templo, y un torreón cuadrado, con puntiagudas almenas, dominando el oleaje de colinas cubiertas de cepas, que formaban el gran dominio de Marchamalo.

La señora viuda de Dupont enternecíase viendo la humildad, la gracia cristiana con que su Pablo cambiaba de sitio el misal o manejaba las vinajeras. ¡Un hombre que era el primer millonario de su país, dando a los pobres este ejemplo de humildad para los sacerdotes de Dios; sirviendo de acólito al padre Urizábal!

Dupont, luego de acompañar a su primo y a los amigos de éste por toda la bodega, decidió retirarse, como si su dignidad de amo sólo le permitiera enseñar la parte más selecta de la casa. Luis les mostraría las otras bodegas, la destilería del cognac, los talleres de embotellado: él tenía que hacer en el escritorio.

Dupont tosía fingiéndose distraído como si no oyese al huésped, mientras su madre seguía con asombro los estragos que hacía el forastero en los platos. ¡Qué manera de comer! Aquello no podía hacerlo un cristiano.

Palabra del Dia

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