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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Dímelo a mi, niña manifestó con soberano hastío Cándida , que ayer y hoy no me han dejado vivir. Tomasa, la moza de cámara, vecina mía, fue la encargada de lavar a las tales doce ancianas pobres y cambiarles sus pingajos por los olorosos vestidos que se han puesto hoy. ¡Pobres mujeres!
Nadie hubiera osado tocarme ni acercarse a mi habitación: todos se apartaban de mí con horror, y durante doce días, mis dos amigos no me abandonaron un momento, prodigábanme día y noche los más asiduos cuidados, viviendo en aquella atmósphera de muerte; y por premio de todos sus cuidados, de tanta solicitud, no pedían al Cielo más que mi vida.
El Sargento Mayor Martin Pinedo, Con cincuenta soldados ha partido, El Pablo Santiago estaba quedo Con sus doce, y los mas que han acudido. El Sargento Mayor no tiene miedo, Segun dice,
Españoles fueron todos los que lo emprendieron, sea comun la gloria. Salen los nuestros de Galípoli á pelear con los Griegos, y alcanzan de ellos señaladísima victoria. Después de barrenados los navios, contentos de verse fuera de peligro de perder la reputacion con la retirada, dispusieron su gobierno. Dieron á Rocafort doce Consejeros por cuyo parecer se gobernase.
No lo esperábamos hasta dentro de un mes, y estará aquí dentro de doce días; se embarca pasado mañana en New-York en el Labrador... Y nosotras iremos a esperarlo al Havre... Saldremos de aquí pasado mañana, llevando a los niños, a quienes sentará muy bien pasar unos diez días a orillas del mar... ¡Cuánto se alegrará mi cuñado al conoceros!... Al conoceros... pero, si ya os conoce, tanto le hablamos de vos en todas las cartas.
Doce horas mortales de diligencia y coche debíamos soportar para hacer el trayecto de 90 kilómetros hasta Chamonix, entre espesas nubes de polvo y bajo los rayos de un sol que parecia tropical. De otro modo no es posible admirar las bellezas de tan variados paisajes que ofrece la via.
Esta sentencia definitiva que se prometía a sus súplicas, le entreabría el cielo. Toda esa tarde se creyó un Tenorio. Con el último campanazo de las doce, dado por el reloj de San Nicolás, penetraba él sigilosamente a la casa de su amada, y se arrojaba en sus brazos. Un mundo de besos fue el saludo: era mudo, pero expresivo.
Aunque tuvo deseos de salir para esparcir su mal humor y refrescar la cabeza, no lo hizo retenido por una vaga esperanza, que no tardó mucho en cuajarse. Á eso de las doce apareció un hombre en la puerta preguntando por él, con una carta en la mano. Por su semblante fruncido pasó una imperceptible ráfaga de satisfacción. ¡Al fin!
«Pero el tren huía de Vetusta, silbaba, le silbaba a él; y él no tenía el valor de arrojarse a tierra, de volver al pueblo... iba a tardar más de doce horas en ver el caserón, ¡aplazaba su venganza más de doce horas!...». Pasaron un túnel y no quedó ya nada de Vetusta ni de su paisaje.
Hola, Petra: ¿y tu ama? Duerme todavía, señor duque. Pues ya son las doce dijo sacando su cronómetro . Voy a subir de todos modos. Y pasando por delante de ella, entró en la antesalita ochavada. Despojóse del gabán que la doméstica recibió y se encargó de colgar. Subió al piso principal. El dormitorio donde penetró era un gabinete con alcoba, separados por columnas y una gran cortina de brocatel.
Palabra del Dia
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