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Era menester mucha cautela. La tentación decía palpita por doquier. Todo es arma y cebo para el Demonio. Un día que Ramiro le llevó en obsequio una hermosísima pera, en un cestillo de mimbre, el lectoral comenzó a saborearla sin quitarle la piel. Era una pera de las que llaman calabaciles por su doble turgencia.

El automóvil y el collar de perlas llevan hechas más víctimas que las guerras de Napoleón decía Atilio. Eran estas dos cosas como el uniforme de gala de la mujer, y las que carecían de ellas se juzgaban infelices y maltratadas por la suerte. Su doble imagen turbaba las ilusiones de las vírgenes y la fidelidad de las esposas.

Al acercarse a la puerta, pegado a la pared, por huir del fango, Mesía creyó sentir la corazonada verdadera, la que él llamaba así, porque era como una adivinación instantánea, una especie de doble vista.

Se parecía mucho a su hermanita. Silas se dejó caer desfallecido en la silla, bajo el doble golpe de una sorpresa inexplicable y de un torrente rápido de recuerdos. ¿Cómo y cuándo había podido entrar aquella criatura? El no había salido más allá de la puerta.

Calzaba botines de cuero amarillo con grandes espuelas y las piernas las resguardaba del frío con unos zajones de piel, amplio delantal sujeto con correas. Delante de la silla iba plegada la manta oscura de grueso borlaje; en la grupa las alforjas, y a un lado la escopeta con el doble cañón asomando por debajo de la panza del animal.

Volvióse el joven, y vió junto á él una mujer de buena estatura, de buen talante, de buen olor, completamente envuelta en un manto negro. ¡Seguid, seguid adelante! dijo la dama con doble impaciencia ; y no hagáis extrañeza ninguna, que me importa. Yo os explicaré... ¡pero seguid! Y la tapada levantó por misma la halda de la capa del joven, y se asió á su brazo y tiró de él.

El mismo clavel, doble, reventón y encarnado, con el rabillo tronchado al rape: el que se le había caído a Nieves de la boca y había recogido él... para volverle a tirar porque a Nieves ya no le servía... Este era el caso. Recogido el clavel, y después de contemplarle mucho, y hasta de examinar la huella de los dientecitos de la sevillana, le olió con avidez.

Ella apretaba las piernas. Hubiérase dicho que algo doloroso, delicioso, la penetraba profundamente. De pronto, de una estancia vecina surgió el son ronco y claro de una música. Un son monótono y bárbaro de tamboril y dulzaina; doble son ardiente como las arenas, obscuro como los bazares.

Porque deplorable es para un hombre que ama profundamente no verse amado por aquella a quien ama. Pero aun es mucho peor hacer escarnio de su afecto, induciéndole en el error de ser amado sin serlo; pues, en este caso la herida es doble, en el amor y en el amor propio. Y las heridas de amor propio son aún más difíciles de curar que las heridas de amor.

¡Silencio! exclamó, levantándose y subiéndose a la frente las antiparras. Y dirigiéndose a : ¡Adelante, caballero! Dejó el libro en la mesa, un horacio antiquísimo, y vino paso a paso a recibirme. Atravesó el dómine por entre la doble hilera de bancos, diciendo a los chicos que tomaran asiento. Los muchachos le obedecieron cuchicheando. Se felicitaban sin duda, de mi llegada.