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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Si hubiera tenido el espíritu sereno, podía comprender que las mujeres gozan interviniendo en las intrigas amorosas y desempeñan su papel con mucha seriedad. Vi que se acercaba al piano y comenzaba a teclear distraídamente. Agitado y convulso, me aproximé también. Prepárese usted a recibir una noticia importante dijo la condesita, sin mirarme y con acento grave y misterioso.
De este orden es el hecho de que vamos a dar cuenta. Acaeció que el Sr. Sánchez, huyendo el bullicio, que no se compadecía con su temperamento melancólico y reflexivo, se alejó de los amigos y se puso a vagar distraídamente por las calles de árboles.
Contemplando distraídamente la melancólica plaza con sus árboles sin hojas, quedeme parado sin saber cómo haría para comunicar de la mejor manera posible la triste nueva de que era portador, cuando oí a mi espalda un suave «frou-frou» de una falda de seda, y, dándome vuelta prontamente, me encontré delante de la hija del muerto, cuyo aspecto era ahora, a la edad de veintitrés años, mucho más dulce, bello, gracioso y femenino, que cuando por vez primera nos habíamos conocido, tiempo ha, de una manera extraña y en medio de un camino.
Cuando Febrer quedó sólo, descolgó la escopeta y estuvo largo rato junto a la puerta examinándola distraídamente.
Cuando la dama distraídamente quiso pasar á otra melodía, la interrumpió exclamando: No puede usted figurarse, condesa, qué impresión tan honda me causa la frase que acaba usted de cantar. De todas las melodías que hasta ahora he escuchado, ninguna expresa más vivamente el triunfo del amor.
De estos cuatro hombres de la taberna de Socoa, los dos contentos, Bautista y Capistun, charlaban; los otros dos rabiaban y se miraban sin hablarse. Afuera llovía y venteaba. ¿Alguno de vosotros se encargaría de un negocio difícil, en que hay que exponer la pelleja? preguntó de pronto Ospitalech. Yo no dijo Capistun. Ni yo contestó distraídamente Bautista. ¿De qué se trata? preguntó Martín.
Veo que distraídamente voy cayendo en el mismo defecto que en el padre vicario censuro, y que no hablo a Vd. sino de Pepita Jiménez. Pero esto es natural. Aquí no se habla de otra cosa.
En Monte-Olivete sentábanse en el banco de piedra que circunda la ovalada plaza; henchíase el moquero de Tónica de cacahuetes y altramuces, y volvían a emprender la marcha, siempre por la orilla del río, más agreste ahora, con filas de seculares álamos y verdes cañares, que se estremecían rumorosos al viento con un quejido triste. Andaban, devoraban distraídamente el contenido del pañuelo.
No conocía la abundancia, pero tampoco las angustias y estrecheces de antes. Era el bienestar que llegaba; pero ¡cuán tardo! ¡y qué insípido le parecía!... Caminó por una acera junto a la cual serpenteaba un arroyo. Miraba distraídamente los rótulos de las puertas.
Ahora volvía a ver con intensa emoción aquella casa y marchaba hacia ella, no sin vacilaciones; con cierto temor que no podía explicarse y que agitaba su diafragma, oprimiéndole los pulmones. Pasaban los hortelanos junto al diputado, cediéndole el borde del camino, y él contestaba distraídamente a su saludo. Todos ellos se encargarían de contar dónde le habían visto.
Palabra del Dia
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