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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Y aquel cuerpo gracioso, cuerpo de pobre, en el que luchaba la juventud con un raquitismo hereditario, bajó a la tierra despedazado: lo hicieron cuartos, como una res de matadero, sobre el mármol de la sala de disección... Usted, Ojeda, debe amar a alguien como amé yo. Todos encontramos una posada de amor en el camino de la vida: hasta los más infelices.
Victoriano Sardou nació en 1831, y sus primeros años se deslizaron bajo el bello cielo provenzal. Ya en París, sus padres quisieron dedicarle al profesorado; pero él empezó á estudiar medicina, atraído, más que por una verdadera curiosidad científica, por el aspecto trágico de las salas de disección. Bien pronto las exigencias de la vida le obligaron á abandonar los estudios.
Cosas, hombres, costumbres, hábitos, rutinas, prejuicios, taras hereditarias, sedimentos sociales, todo lo enfoca bajo el haz luminoso de su linterna este espíritu ansioso de saber y de bien. Hurga, remueve, corta lo enfermo, lo malo, con su bisturí implacable. Todo cae bajo la disección y el análisis.
Son cadáveres preparados para la clase de disección. Ese cuerpo es de una mujer. Luego, el compañero, con la superioridad del fuerte, para poner a prueba los escrúpulos del estudiante de libros, le hacía entrar en el anfiteatro, llevándolo de mesa en mesa. ¡Qué limpiamente trabajaban aquellos carniceros de blusa blanca!
Vió heridos que empezaban á recobrar su fuerza vital y sólo eran esbozos de hombres, espantosas caricaturas, andrajos humanos salvados de la tumba por las audacias de la ciencia: troncos con cabeza que se arrastraban por el suelo sobre un zócalo de ruedas, cráneos incompletos cuyo cerebro latía bajo una cubierta artificial, seres sin brazos y sin piernas que descansaban en el fondo de un carretoncillo como bocetos escultóricos ó piezas de disección, caras sin nariz que mostraban, lo mismo que las calaveras, la negra cavidad de sus fosas nasales.
El estreno feliz de su drama fue una verdadera desgracia para Tristán. Los reparos que algunos críticos pusieron a la obra, particularmente los del famoso Leporello, le hirieron como graves injurias. Además, esperando fundadamente que permaneciese mucho tiempo en el cartel, la empresa, atendidas ciertas circunstancias de renovación de abono, la retiró después de la quince representación. Fue un golpe mortal para su amor propio. Desde luego sospechó que la mano de Estévanez, del traidor Estévanez había intervenido en este asunto. Así que vio que comenzaban los ensayos de un drama de éste ya no le cupo duda alguna. Un odio frenético prendió en su corazón. Para desahogarlo un poco comenzó a asistir a las tertulias literarias de los cafés y cervecerías, con predilección a una que se reunía por las noches en un rincón del café de Fornos. Allí, sobre aquellas dos mesas de mármol pegadas, se hacía diariamente la disección en vivo de los escritores de más nota. Naturalmente Estévanez, en su calidad de astro de primera magnitud, era quien más a menudo ofrecía sus carnes palpitantes al estudio de aquellos jóvenes anatómicos. Tristán gozaba voluptuosidades desconocidas metiendo en ellas el bisturí de su lengua. Sus aptitudes quirúrgicas se desenvolvieron prodigiosamente con el ejercicio.
Sus terrazas, sus largos balcones, estaban ocupados por hombres que tomaban el sol; hombres cuya cabeza era una bola blanca, ceñida de vendajes que sólo dejaban visibles los ojos y la boca; hombres incompletos, como esbozos escultóricos, sin una pierna, sin un brazo; otros, tendidos, inmóviles, amputados, lo mismo que los cadáveres en la sala de disección, pero que todavía respiraban.
En cuanto almorcemos, me entrego a ti, como un cadáver de la sala de disección. Bueno, pues ya puedes empezar. Es mejor, sí; aquí me tienes como un muerto, con las manos cruzadas. No, extiende los brazos. Así...
El doctor le contestó con una sonrisa que daba frío. Su tumba era la fosa común, adonde iban todos los muertos pobres. La infeliz muchacha no tenía parientes ni quien pagase los gastos de su entierro. Isidro no se había presentado para arreglar las cosas, y era seguro que su cuerpo, antes de ir al cementerio, habría pasado por la sala de disección. ¡Sufrían tal escasez de cadáveres!...
Que sea interno ó externo, que sea una idea ó un objeto, el hecho ha de existir; es necesario comenzar por suponer algo; á este algo le llamamos hecho: quien los niega todos ó comienza por dudar de todos, se asemeja al anatómico que antes de hacer la diseccion quemase el cadáver y aventase las cenizas.
Palabra del Dia
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