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La compañera que Sor Natividad le dio en aquella faena era una filomena en cuyo rostro se había fijado no pocas veces la neófita, creyendo reconocerlo. Indudablemente había visto aquella cara en alguna parte, pero no recordaba dónde ni cuándo. Ambas se habían mirado mucho, como deseando tener una explicación; pero no se habían dirigido nunca la palabra.

Yo no tengo para qué presentarme otra vez delante de esa p... exclamé, poniéndome rojo. Creí que aquel insulto dirigido a su amada le iba a exasperar. Nada de eso. Siguió tan tranquilo como si nada fuese con él. Ambos guardamos silencio. Yo quedé profundamente pensativo. Las últimas palabras del malagueño me habían llegado a lo profundo del corazón.

El Señor contempló luego á Eva. Desde mucho antes le había dirigido rápidas miradas de curiosidad y de indignación. Era la primera vez que veía á una mujer vestida. ¿De dónde había salido este animal de plumaje fantástico, este loro sin alas, cuya forma absurda y colores chillones no hubiera podido concebir

La hacienda, los negocios, la educación de la hija, todo dependía y todo era dirigido y gobernado por Doña Blanca. El aspecto de D. Valentín era insignificante y neutral. Ni alto ni bajo, ni pelinegro ni rubio, ni flaco ni gordo. Parecía, con todo, un señor, por decirlo así, muy correcto en sus modales, en su continente y en su habla.

Flavia tomó asiento y yo permanecí en pie ante ella. Luchaba conmigo mismo y creo que hubiera triunfado si en aquel momento no me hubiese dirigido ella una mirada breve, repentina, que equivalía a una interrogación; mirada a la que siguió fugaz rubor. ¡Ah, si la hubieseis visto en aquel instante! Me olvidé del Rey prisionero en Zenda y del que reinaba en Estrelsau.

Pero de los dos desconocidos que se le presentaron, del muerto y del vivo ¿quién era el Ibarra? Esta pregunta que él se había dirigido varias veces siempre que se hablaba de la muerte de Ibarra, acudía de nuevo á su mente ante aquel hombre enigma que allí veía.

Cuando se marchó á la casa iba recordando la acusación que en la noche de su expulsión le habían dirigido en aquel mismo sitio; recordó el diálogo que con su tío había tenido en la cárcel; recordó todas sus palabras, expresión del más ciego fanatismo; y cuanto más meditaba y recordaba, menos podía explicarse que su tío permitiera el ser llamado gran liberal.

Sin embargo, cuando reflexioné un momento después que el sobre había sido especialmente dirigido a ella, comprendí que su contenido había sido destinado expresamente para que sólo sus ojos lo vieran. ¿Ha descubierto algo que la ha trastornado? le pregunté, mirando fijamente su cara pálida y arrugada. Espero que no sea nada muy desconcertador.

Si llega a amarme, ¡tanto peor para él! No me he prestado a ello; ¡no por cierto! Sería tan despreciable como una mujer perdida si hubiera hecho eso. Desde mi curación, durante más de un año, he dirigido su casa con lealtad y probidad, sin pretender agradarle, sin desear serle indispensable. Y, sin embargo, he llegado a serlo.

Me fui en derechura al vestíbulo cuya puerta estaba sólo entornada; alguien lo cruzaba cuando yo entré, estaba oscuro. «¿La señora De Nièvresdije creyendo que hablaba con alguna doncella de la servidumbre. La persona a quien me había dirigido se volvió bruscamente, vino hacia y lanzó un grito: era Magdalena.