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Decía que a estas iniciales A.S. debía ponérseles signo de admiración para que dijeran: ¡A Ese! Contábase con visos de verosimilitud que en Cuba, adonde había ido a buscar fortuna, compró un tabernucho en los arrabales de la Habana, con todo su mobiliario, incluyendo en él una negra destinada a su servicio.

Su cara grande y redonda, su frente huesuda, su melena rebelde, aunque corta, el fuego de sus ojos, sus gruesas manos, habían sido motivo para que dijeran de él: «es un león negro». En efecto parecía un león, y como el rey de los animales, no dejaba de manifestar a cada momento la estimación en que a mismo se tenía.

Si en el interior de África nos enseñaran unos tigres muy sociables, y si ante nuestra estupefacción nos dijeran que esa sociabilidad era natural y que esperásemos a ver a los tigres en Price, esta contestación nos parecería bastante absurda. Pues igualmente absurda me pareció a la contestación que me dieron en la ganadería sobre la ferocidad de los toros. No.

Irguióse la otra como una Juno a quien dijeran que la ninfilla más patimondada del Olimpo iba a sentarse en su carro tirado por pavos reales, y contestó desdeñosamente: ¿A ?... Jamás me ha merecido ni un bostezo, que es el último de los gestos despreciativos... También la marquesa de Villasis hacía sus observaciones.

D. Francisco Rodriguez, el Alcalde, el cura párroco y otros sacerdotes, intentaron el 12 por la mañana contener los robos, que estaban egecutando en la tienda y casa de D. Manuel Bustamante, pero nada pudieron conseguir, porque prorrumpieron en estas voces: "muera el Alcalde, pues supo afrentar á sus paisanos:" á esto siguieron los indios gritando, comuna, comuna, palabra de que usaban cuando querian matar ó robar, como si dijeran todos á una.

Miguel se esforzó en persuadirla a que no creyese nada de cuanto la dijeran acerca de él, le hizo mil protestas sinceras de cariño, y logró que antes de llegar a casa se disipasen las nubes que velaban su rostro. Al llegar, despojose Maximina inmediatamente de la mantilla y se fue a la cocina, donde nuestro joven la siguió.

Retiráronse de muy buen humor a la fonda, y al llegar a ella vieron que en el comedor había mucha gente. Era un banquete de boda. Los novios eran españoles anglicanizados de Gibraltar. Los esposos Santa Cruz fueron invitados a tomar algo, pero lo rehusaron; únicamente bebieron un poco de Champagne, por que no dijeran.

No lo creyera si me lo dijeran frailes descalzos; pero, pues la señora doña Rodríguez lo dice, debe de ser así. Pero tales fuentes, y en tales lugares, no deben de manar humor, sino ámbar líquido. Verdaderamente que ahora acabo de creer que esto de hacerse fuentes debe de ser cosa importante para salud.

A mi ver, entendiendo así la poesía, tienen explicación y disculpa no pocas cosas de las que se dicen en verso, las cuales, si en prosa se dijeran, parecerían absurdas o abominables y podrían llevar a su autor en una sociedad algo severa a la prisión o al manicomio.

No si existe, en otra parte que en las comedias, aquello de las corazonadas o del flechazo amoroso, repentino e irremediable, pero lo cierto es que este diálogo, en medio de las luces y de las flores del salón, bastó para que los dos primos se entendieran, y en el apretón de manos con que pusieron punto final a la entrevista, se dijeran muchas cosas, que los labios no habían osado proferir.