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¿Acaso no siente la atracción de los otros globos? ¿Sus mareas sólo están regidas por la luna y el sol? Todos los sabios así lo decían, esto es lo que creían todos los marinos. Se estaba atenido á los incompletísimos resultados de La Place. De ahí errores terribles que se trocaban en naufragios. Con respecto á los peligrosos escollos de Saint-Malo había una equivocación de dieciocho pies.

15 Y las cosas de Roboam, primeras y postreras, ¿no están escritas en los libros de Semeías profeta y de Iddo vidente, en la cuenta de los linajes? Y entre Roboam y Jeroboam hubo perpetua guerra. 16 Y durmió Roboam con sus padres, y fue sepultado en la ciudad de David; y reinó en su lugar Abías su hijo. 1 A los dieciocho años del rey Jeroboam, reinó Abías sobre Judá.

Meyerbeer era a los nueve pianista excelente, y a los dieciocho puso en el teatro de Munich su primera pieza La Hija de Jephté; pero hasta los treinta y siete no ganó fama con su Roberto el Diablo. El inglés Carlyle habla en su Vida del Poeta Schiller de un Daniel Schubart, que era poeta, músico y predicador, y a derechas no era nada.

Encontrándonos en esta conversación, fué á hacernos compañía un honrado comerciante español, casado con hija del país y radicado en aquel pueblo. Enterado de nuestra conversación nos dijo, que él sabía de un viejo de ciento dieciocho años, que se le conocía con el nombre del matandá de la ermita, el cual, hacía tiempo vivía en el barrio de Cotta, distante dos leguas de Tayabas.

Para dar una satisfacción al mundo, a la opinión pública, desde los quince a los dieciocho o diecinueve, se representa la farsa piadosa de hacerles ver el siglo... por un agujero. Esta manera de ver el mundo es muy graciosa, mi señor don Fermín. ¿Recuerda usted el convite de la cigüeña? Pues eso. Las niñas ven el mundo, dentro de la redoma, pero no lo pueden catar. ¿A los bailes?

Luego, un diálogo, con intención política, sobre las sombras de Solón y González Bravo, que duró quince. Una descripción, en tercetos, de las cataratas del río Piedra, dieciocho, y otras varias composiciones, de cuatro a ocho minutos, formando, en total, una hora y media, que, como todo el mundo sabe, es el tiempo prescrito para esta clase de solemnidades.

El tenía veintitrés años y yo dieciocho, y muchas veces, cuando niños, habíamos jugado juntos, siendo entonces muy buenos amigos. Después, siete u ocho años antes de esto, él fue a terminar su educación en Francia e Inglaterra. Su padre me hizo sentar, preguntándome qué deseaba, y se lo dije.

Era tan original y rebelde que todos le decían «el ateo Shelley», o «el loco Shelley». A los dieciocho publicó su poema de la Reina Mab, a los diecinueve lo echaron del colegio por el atrevimiento con que defendió sus doctrinas religiosas; a los treinta años murió ahogado, con un tomo de versos de Keats en el bolsillo.

Sus manos eran de reina, sus pies de niña, los ojos como violetas claras mojadas de rocío..., pero tenía en su casa para abrir la puerta una hermana de dieciocho años, tísica, que daba compasión. ¡La antesala del placer parecía custodiada por el ángel de la muerte! ¿Leonor?... No la recordaba bien... ¡Ah, ! La insaciable; hembra peligrosísima.

Fernanda tenía dieciocho años; pálida, de ojos claros y grandes, fríos y como azorados entre las densas ojeras que los sombreaban; en sus labios gruesos que dibujaban una boca que podía llamarse grande sin injusticia, trazábase no qué vaga sonrisa, en la que un observador sagaz habría encontrado el amor y el desdén reunidos en un consorcio inexplicable; la cabeza era noble y altiva, sin embargo.