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Actualizado: 17 de junio de 2025


Rosarito y su novio se habían apoderado de un rincón y se comían con los ojos, diciéndose sólo de vez en cuando alguna palabra insignificante que la inflexión de la voz y el temblor de los labios hacían subir a la categoría de sentencia sublime. Sólo las viejas y algunas chicas que no habían logrado emparejarse, seguían charlando con las monjas.

La vizcondesa estaba tan admirada como encantada del rápido y relativamente fácil triunfo con que terminara su doble campaña, diciéndose a misma, no sin fundamento, que la débil resistencia opuesta por sus dos enamorados amigos, atestiguaban con victoriosa elocuencia cómo ellos mismos estaban en el fondo convencidos de la irregularidad y de los peligros de la recíproca situación.

Perucho ya no se ocultaba, antes se le encontraba por todas partes enredado en los pies, y, en suma, las cosas iban tornando al ser y estado que tuvieron antes. Trataba el bueno del capellán de comulgarse a propio con ruedas de molino, diciéndose que aquello no significaba nada; pero la maldita casualidad se empeñó en abrirle los ojos cuando no quisiera.

Veámoslo en algunos ejemplos. Supóngase á la vista un gran monton de arena en el cual se arroja al acaso un grano muy pequeño, revolviendo en seguida en todas direcciones; llega un hombre y dice: voy á meter la mano en el monton y á sacar al instante el grano oculto; ¿qué se le objeta á este hombre? ¿qué le responden los circunstantes? nada; desconcertados se mirarán unos á otros diciéndose de palabra ó con la vista: ¡qué despropósito! no tiene sentido comun.

Cuando hablaban en el club de algo que no llegaba a entender, sonreía con expresión de inteligencia, diciéndose: Eso debe estar en arguno de los libros que tengo en er despacho.

Por lo pronto había hecho bastantes sacrificios en obsequio a los lazos superficiales que lo unían a la joven; tenía que serle permitido distraerse, y concluyó diciéndose en su fuero interno: Mañana, a más tardar, partiré para Compiegne; me olvidarían si no me viesen más en casa de Brimont ni en las cacerías del Marqués de Gerfant.

Y como, aunque era noble y altivo, no era santo, y de tal manera le apretaban el amor y el deseo por doña Guiomar, y hasta tal punto doña Guiomar iba acreciendo para él en lo preciosa e incomparable, ganándole la fiebre, apoderándose de su pensamiento la locura, atormentado ya de tal manera por las ansias que le acongojaban que resistirlas no pudo, como si una potencia invencible de él hubiese tirado y atraídole a doña Guiomar, con las vascas casi mortales de su pasión, determinose; y diciéndose que su vida era doña Guiomar y que Dios hiciese lo que fuese servido de Margarita, levantose del sillón en que había permanecido inmóvil desde que en aquel aposento le había dejado Florela; y acercándose quedo a la puerta, abriola silenciosamente, y en un corredor oscuro se encontró, y sin saber adónde había de dirigirse para dar con el aposento de Florela, en que doña Guiomar estaba; que aunque Florela le había dicho que entre el suyo y el de su señora estaba el aposento a que le había llevado, no sabía a cuál lado estuviese el de doña Guiomar o el de Florela, si a la derecha o a la izquierda.

Entonces tiró del gatillo una, y otra, y otra vez, creyendo que el arma no funcionaba, sin llegar a oír sus detonaciones, diciéndose en su desesperación que el enemigo iba a caer sobre él, privado de defensa. Ya no le veía.

Robledo, en sus visitas á Buenos Aires, intentó averiguar algo de aquel Moreno que había huído con Elena; pero nunca obtuvo noticias precisas. Los dos habían caído en Europa como en un mar que se cerrase sobre sus cabezas, ocultándolos para siempre. «Debe haber muerto acababa diciéndose el español . Indudablemente ha muerto. Una mujer de su especie no podía vivir mucho

En fin, después de pensar en todo esto, y cuando la metieron en una gran sala, ahogada y fétida, donde había ya como un medio centenar de ancianos de ambos sexos, concluyó por echarse en los brazos amorosos de la resignación, diciéndose: «Sea lo que Dios quiera.

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