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Actualizado: 22 de mayo de 2025
¿Conque vuesa merced es sobrino del señor Francisco Montiño?-dijo el oficial completamente transformado . ¡Qué diablo! Su merced no está. Habían rodeado á la sazón al joven una turba de galopines que le miraban con las manos á las espaldas, ojos que se reían y bocas que rebosaban malicia. Como que se trataba de un profano.
Tú puedes ser y eres mi diablo amor. ¡Oh! ¡y qué palabras! Creo que he nacido maldito, Catalina continuó Quevedo. Tú quieres asustarme. No... respondió Quevedo con voz vibrante ; las palabras que te digo, se me salen á borbotones del corazón.
¡No digo que no haya, pero yo no los he visto! ¡Vez pasada, hace como diez años, trajeron uno, y se lo dieron al comisario Wright!... ¡Qué hombre del diablo! ¡No sabía nada y parecía que se iba a comer el mundo!
Bajo las patas del caballo de un ángel, que lo atraviesa con su lanza, en el centro de la iglesia de Villa del Pilar, en el Paraguay, he visto a un diablo en forma de lagarto, con alas de murciélago, sembradas de púas, enormes ojazos de buho y garras con uñas de buitre, y he pensado con pena en las pesadillas diurnas y en las noches de insomnio que la vista de semejante monstruo sobrenatural debe producir a los desventurados niños del pueblo.
Doctor, vos me habéis dicho que, a no ser por la trastada de ese maldito gato, hubierais podido colocarme nuevamente la nariz en su sitio, cosiéndomela con cuidado. ¿Me lo habéis dicho, o no? Sin duda, y os lo repito. Y si lograse comprar la nariz de algún pobre diablo, ¿podríais también colocármela en reemplazo de la mía? Claro está que podría... ¡Oh, magnífico!
Sí, sí añadió el bufón ; el diablo acudió en mi socorro; al pasar por delante de una tienda cerrada... en Santa Cruz... sentí contar dinero... mucho dinero... ¡Ah! exclamó Dorotea, que empezó á adivinar la horrible verdad. Escucha, escucha prosiguió el bufón ; no es eso sólo... no es solamente lo que tú has sospechado... es más horrible... y todo por ti... por ti...
Mas hete aquí que con tanto ir y venir, pasar y rozarse los ministros de Belcebú en aquel no muy amplio recinto, una tea llegó a prender fuego a la peluca de uno de ellos. El pobre diablo, sin darse cuenta de ello, siguió bailando cada vez con más infernal arrebato. El público reía a carcajadas esperando el próximo desenlace de aquel incidente.
Porque las cosas, los hechos y las ideas no nos chocan o escandalizan en la medida en que sean monstruosas, sino en la proporción en que salgan de lo ordinario; dejan de chocarnos cuando son o se vuelven ordinarios, como ocurre con la idea del pecado original y del juicio final, con el diablo, el purgatorio y el infierno, como ocurría con la incineración de las viudas en la India, antes de la dominación inglesa, como ocurre con el eunuquismo en los países musulmanes, con las maffias y las camorras en el sur de Italia, con las corridas de toros en España y con los linchamientos en Norte América.
Pero también es cierto que mientras los noveles armeros limpiaban sus bombardas y les hacían tragar un polvo negro que debe de ser obra del diablo y les atacaban una de sus pelotas de hierro, nosotros los arqueros blancos solíamos atizarles hasta diez flechazos cada uno, dejando ensartados y tendidos á buen número de aquellos bellacos, que Dios confunda.
Cuando vive y alienta con ella, el diablo no le da el menor alivio para los tormentos que produce; pero también el alma se sustrae por completo a todo influjo del diablo, y se ríe de todos los pactos.
Palabra del Dia
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