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Actualizado: 13 de julio de 2025
Indicó, pues, al tío Frasquito que no era necesario averiguar más, y regresaron preocupados y silenciosos a casa de este. Despertóse por el camino la fogosa actividad de Jacobo a la vista del peligro, y en aquel breve trayecto trazó un plan atrevido, único a su juicio que podía remediar los yerros pasados y detener las consecuencias de su imprudente apatía.
¡Bestia! gritó Cordero. Al punto reconoció a Tablas, y suavizando la voz le preguntó: ¿Para quién es, hermano? Para aquella, para aquella replicó López sin detener el paso. Cordero vio algunas mujeres que lloraban.
Pero, criatura, si usted no acaba de declararse. ¿Quiere usted que tengamos el cargo de conciencia de verle escaparse por la corbata el día menos pensado por falta de cuatro palabritas? Bueno, pues déjeme usted escaparme. Ni a usted ni a nadie le ha de venir ningún perjuicio por eso... Acaso valdría más que sucediera añadió por la bajo, con voz conmovida y pugnando por detener las lágrimas.
Cerró los ojos, y una pereza de vivir que parecía sueño o sopor le embargó el ánimo. Quería detener el tiempo. Ya deseaba que tardase en volver doña Petronila: le asustaba la actividad, tenía miedo de cualquier resolución; todo sería peor. La muerte ya estaba en el alma. Los recuerdos lejanos bullían en el cerebro, como preparándose a bailar la danza macabra del delirio de la agonía.
Dos importantes viajeros, francés el uno, español el otro, envuelto éste en su capa, y aquél en su capote, venían dentro. Llegó el veloz carruaje a las puertas de Vitoria, y una voz estentórea, de estas que salen de un cuerpo bien nutrido, intimó la orden de detener a los ilusos viajeros. ¡Hola, eh! dijo la voz, nadie pase. ¡Nadie pase! repitió el español. ¿Son ladrones? dijo el francés.
Una partida de 60 hombres de milicias estaba a la mano; pero todos los soldados sabían que el prófugo era el sargento Araya, y habrían preferido mil veces atacar a los españoles que a este león de los granaderos; don José María Meneses entonces se adelanta solo y desarmado, alcanza a Araya, le ataja el paso, le reconviene, le recuerda sus glorias pasadas y la vergüenza de una fuga sin motivo; Araya se deja conmover y no opone resistencia a las súplicas y órdenes de un buen paisano; se entusiasma en seguida, y corre a detener otros grupos de granaderos que le precedían en la fuga, y gracias a su diligencia y reputación, vuelve a incorporarse en el ejército con 60 compañeros de armas, que se lavaron en Maipú de la mancha momentánea que había caído sobre sus laureles.
Y cuando él vio que el pobre caballero llegaba cerca, sin ponerse con él en razones, a todo correr de Rocinante le enristró con el lanzón bajo, llevando intención de pasarle de parte a parte; mas cuando a él llegaba, sin detener la furia de su carrera, le dijo: ¡Defiéndete, cautiva criatura, o entriégame de tu voluntad lo que con tanta razón se me debe!
¡Tomaos con mi padre! -dijo el dicho ventero-. ¡Mirad de qué se espanta: de detener una rueda de molino! Por Dios, ahora había vuestra merced de leer lo que hizo Felixmarte de Hircania, que de un revés solo partió cinco gigantes por la cintura, como si fueran hechos de habas, como los frailecicos que hacen los niños.
Lo amaba, porque había sido de mi padre: todo era en él precioso para mí, sus grabados en madera, sus tapas comunes, bastante estropeadas, sus ángulos doblados por los golpes que sufría, sus páginas descoloridas, en las que mis ojos inquietos se solían detener de paso.
Defiende el valle con estrechos desfiladeros de entrada, en que algunos hombres bastan para detener á grandes grupos: oculta sus fértiles valles en los huecos de grandes terraplanes cuyas fragosidades parecen inaccesibles. En ciertos sitios está perforada por cavernas que se comunican entre sí y pueden servir de escondrijos.
Palabra del Dia
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