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Actualizado: 13 de julio de 2025


Veo que estás muy cansada. ¿No te convendría descansar un poquito? ¡Oh! no, señor; no puedo descansar dijo Clara, aterrada ante la idea de que la llevaran á una sacristía. , hija mía: estás muy fatigadita, y yo no tengo corazón para verte andar por esas calles á estas horas y con este frío. No importa, señor cura: no me puedo detener. ¡Jesús, María y José!

No lo sabía, Momo respondió este, y añadió como respondiendo a sus propias reflexiones : ¡si supieras cuánto ignoran aquellos que dicen que se lo saben todo! Vamos, ¿se viene usted, don Federico? dijo Momo después de un rato de silencio . Mire usted que no me puedo detener. Estoy cansado contestó este , vete , que aquí te aguardaré.

A D. Basilio le parecía esto incompatible con las luces del siglo, y lo mismo creía doña Lupe; pero se guardó muy bien de detener a su sobrino por la ojeriza que le tenía, y Juan Pablo se fue, quedando en la mesa los comensales en la tranquilizadora cifra de doce.

No me podía detener a contestar sus majaderías, porque un pensamiento fijo me atormentaba, y dirigida mi voluntad a un punto invariable con arrebatadora fuerza; nada podía apartarme de aquella corriente por donde se precipitaba impetuosamente todo mi ser.

Jacobo meditó un momento el plan que le proponían y pensando escribir, desde luego, a su esposa, para detener su marcha con la noticia de su ida, aceptó a todo evento la carta para la marquesa de Villasis y despidióse del padre Cifuentes, llamándole don Gregorio.

Salió Berenguer de Entenza el primero á caballo, y desarmado con sola una azcona montera, como persona de mas autoridad, á detener los suyos, y retirarlos.

¡Y bien! dijo el gitano , ¡y bien, valiente guardacostas, ya ves que ni el viento ni el fuego pueden nada contra , y que cada una de tus balas han reparado una de mis averías. ¡Por Satanás! mi dueño, ¿te atreverás aún a perseguir al gitano, creerás aún que miserables como y los tuyos puedan detener en su carrera al que resiste a los embates de la tempestad y a la voluntad de Dios?

A estas palabras y a las ideas que ellas resucitaban en su alma, la hermosa morisca no pudo detener el llanto, y, aplicando en sus ojos un blanco lienzo, se entregó por algunos instantes a lo más acerbo del dolor.

Pues aténgase usted a ello, y sírvale de gobierno para su mejor inteligencia, que de cada cien enfermos de esta clase, aun siendo mozos, se mueren... ciento y uno; conque figúrese usted si habrá que andar con cuidado, siquiera para detener la muerte de don Celso unos cuantos días.

Apretose las sienes como para detener la tenaz péndola, y lentamente, paso a paso, se encaminó al vestíbulo de casa de Artegui. Al poner el pie en el primer peldaño de la escalera, la música zumbadora de la sangre le cantaba en los oídos, como un coro de cien moscardones. Parece que le decía: No vayas, no vayas.

Palabra del Dia

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